Muchos recuerdan la frase de Castelar "Grande es Dios en el Sinaí", pero menos saben que esta frase forma parte del discurso que el gran tribuno pronunció en la sesión del congreso del 12 de abril de 1869 contestando a canónigo Manterola en defensa de la libertad de cultos.
Vicente Manterola, canónigo de Vitoria, había combatido el proyecto constitucional diciendo que " no es bastante católico y el pueblo español, ¡oh el pueblo español es el más católico del mundo!".
Castelar termina su discurso con este célebre período:
- Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan; pero hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios y sin embargo diciendo: "¡Padre mío, perdónalos, perdona a mis verdugos, perdona a mis perseguidores por que no saben lo que hacen!"
Grande es la religión del poder, pero es más grande la religión de la justicia implacable, pero es más grande la religión del perdón misericordioso; y yo, en nombre de esta religión, yo en nombre del Evangelio, vengo a pediros que escribais al frente de vuestro código fundamental la libertad religiosa, es decir libertad, fraternidad, igualdad para todos los hombres.
Benito Pérez Gáldos describe lo que sucedió en la cámara despues de hablar Castelar, lo hace desde el punto de vista de un tradicionalista, en este extracto del Episodio Nacional llamando "España sin Rey",de 1908.Quedó el alavés sin resuello, viendo que la Cámara ardía, que todos gritaban. Los aplausos en escaños y tribunas, el golpe y sacudida de miles de manos derechas contra miles de manos izquierdas, daban la impresión de innumerables aves que aleteaban queriendo levantar el vuelo. ¿Qué pasaba? ¿Era una tempestad de entusiasmo ardiente, o un espasmo colectivo de terror? Sacando las palabras del pecho con dificultad, dijo a Celestino: «Hágame el favor de darme algunas palmadas en la espalda... no sé lo que me pasa... no puedo respirar». Hizo el amigo lo que se le pedía, y el señor de Romarate pudo echar de su boca estos conceptos: «¿Qué quiere ese hombre? ¿Libertad de cultos? Yo digo: matarle, matarle... Pero habla bien; me ha conmovido... Sin quererlo, se siente uno magnetizado... Esto es un abuso, amigo: no hay derecho a magnetizar... Eso no vale, no vale... Es como darle a uno cloroformo para dormirle y robarle... sacándole del bolsillo el dinero, o del corazón la Unidad Católica... No, no mil veces. Atrás magnetismo, atrás gotitas de cloroformo... ¡Castelar, fuera de aquí!... Oradores que le sustraen a uno con engaño la Unidad Católica, ¡a la cárcel, a la cárcel!...».
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