Buenos días, he venido a hablar de los problemas de mi pueblo...
Ella tenía un puesto de responsabilidad, y también tenía un “problema” que no podía afrontar sola. Ella no sabía hablar en público sin ponerse nerviosa.
Incluso siendo militante de base en su partido, ya había tenido que superar este problema a una escala menor. Ella recordaba cuando hace años, y estando en corro en la agrupación, alguien le preguntaba su opinión, ella sentía como todas las miradas se clavaban sobre ella, y a continuación con un hilo de voz, sin apenas aliento, respondía con el número más pequeño posible de palabras.
Fueron pasando los años y eso cambió; la confianza y el cariño de los militantes de su agrupación, hizo que no sólo respondiera con naturalidad, sino que pudiera exponer sus motivos para cambiar y mejorar la vida de la gente de su pueblo. Y el “problema” fue subiendo de escala, pero todavía lo pudo controlar cuando la nombraron “jefa” de su agrupación. Y ahora no tenía que hablar sólo delante de sus compañeros, sino también, delante de sus vecinos y de sus rivales políticos. En ese momento, su monstruo se llamaba "el pleno municipal".
Al principio, hablar en el pleno le parecía un problema enorme, pero los políticos del partido contrario la ayudaron sin saberlo. A ella le había tocado, no sólo vivir una época donde las ideas políticas de sus adversarios eran diametralmente opuestas a las suyas, sino que encima, ellos las exponían con las formas más groseras. Por ese motivo, la indignación que sentía era tan fuerte, que el “problema” quedaba apartado y arrinconado. Era increíble como desaparecían sus dudas cuando ella estaba enfadada, y la valentía y el coraje ocupaban su lugar. Ella era muy buena en ese momento, opinaban los viejos de la agrupación.
Pero el “problema” seguía viviendo en ella. Ahora le tocaba hablar en todo un comité regional, delante de más de mil personas, entre delegados, periodistas e invitados. Ya había dado demasiadas excusas, ya no le quedaba otra salida que admitirlo, ya no podía decir otra vez, -bueno, ahora no tocar hablar, el momento no es propicio- o esta otra -No me ha dado tiempo a prepararlo-. Hasta ahora no había puesto en evidencia a su agrupación, pero el momento crucial no podía esperar más.
Ella sabía muy bien la teoría; relajarse, saber respirar lentamente para no quedarse sin aliento, pensar que estás hablando en el salón de tu casa. Incluso alguien le dijo, que tenía que imaginar a los asistentes desnudos. Ella nunca lo diría en voz alta delante de extraños, pero esto último, le parecía como poco una idiotez. - ¡Políticos desnudos!, eso sí es un motivo para salir corriendo- pensaba.
Ella admiraba la fluidez de los políticos más viejos, y no podía entender cómo funcionaba su cerebro. Cómo podían convertir pensamientos abstractos en palabras fluidas, una detrás de otra, sin apenas equivocarse, transformarlas en ondas sonoras y otra vez en pensamientos abstractos en las cabezas de muchas personas. A Ella le parecía un milagro inalcanzable.
Una tarde en la Casa del Pueblo, se le acercó Pablo, un histórico de su agrupación y fue directo e implacable.
Ella se quedó blanca. Sabía que contra esas arrugas octogenarias, curtidas por el salitre de la mar, no podría poner ninguna excusa. Con ojos sinceros, ella confesó.
Hubo un silencio respetuoso. Pablo al final,en tono cariñoso pero duro, respondió:
-Pero niña, eso lo tenías que haber pensado antes. Tus miedos cuando nos representas ya no son los tuyos, son los nuestros. Y como nosotros no tenemos miedo, pues cuando hables, tú tampoco.
Hubo otro silencio, y Pablo volvió a hablar.
“Buenos días, he venido a hablar de los problemas de mi pueblo...”
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