VIENTO DE LEVANTE
El agua le llegaba ya a la altura de las rodillas. Se empeñaba tanto en hacerse oír entre el estruendo del rompiente, que apenas prestó atención al hecho de haber abandonado su cámara de fotos en la orilla, ni al detalle de que la falda de su precioso vestido flotara, empapada, sobre la espuma. Entre las olas aparecía, intermitente, la figura de un niño de unos doce años, agitándose con desesperación, intentando escapar de la fuerte resaca que, mientras le arrastraba mar adentro, enlazaba a la cadencia rugiente del oleaje, un siniestro sonido de piedras y cantos removidos de su lecho.
Siempre le había gustado el mar por la mañana. Y así aún más. Mediterráneo con mal despertar, empujado por un fuerte viento de levante, empeñado en repartir retazos de espuma tierra adentro. Aroma de mar.
Recordaba haber visto al niño hacía solo unos minutos, jugando en la orilla, justo en la otra punta de la playa… después había vuelto a permitir que sus ojos de artista se recrearan con la luz acerada, de aquel mar y aquel cielo… y cuando quiso regresar su mirada sobre él lo descubrió azotado por las olas, luchando en contra de aquella corriente que se lo tragaba.
-¡Por favor, que alguien haga algo!
Se esforzaba en buscar ayuda con desesperación, convencida de que, dada la situación, era lo mejor que podía hacer por el chaval
- ¡Joder! ¡Me cago en los putos amaneceres de la playa! ¡Que ya son las nueve! ¡Es que nadie madruga en este sitio! – Giró la cabeza oteando la línea de la playa que conducía, a través de una fila de rocas irregulares, a la verja posterior del camping, aún cerrada. El fuerte viento de levante golpeó su rostro con fuerza, rociándola de diminutos y punzantes cristales de arena mezclados con gotas de agua salada. Entonces recordó la rambla que bajaba desde el acceso principal hasta la misma cala. Volvió la vista y por fin le pareció ver a una figura, moviéndose furtiva entre los arbustos y las piedras de la senda.
- ¡Eh, oiga! ¡El del camino!
La cabeza de un hombre asomó al borde del camino, entre las rocas.
- ¡Sí, usted! ¡Venga aquí! ¡Rápido! ¡Socorro!
Extrañado por el inusitado comportamiento de aquella mujer, el aludido salió de su discreto camuflaje, sacudiendo su pierna izquierda con contrariedad.
II
Se había despertado temprano, demasiado temprano. Dedicó algunos minutos a comprobar como el viento agitaba la lona de la tienda; aquella imagen de la, en apariencia, frágil estructura combándose ante la fuerza del aire se le antojaba, en cierta manera, paradójica.
Aún quedarían dos o tres horas para que su ex le trajera al niño.
- ¿Seguro que no te importa traerlo al camping?
- No, casi prefiero ir yo, así mis padres no tendrán que verte
- Está bien. He cogido la parcela de siempre
La conversación telefónica aún bailaba en su cabeza
- Te lo llevaré sobre las once.
Así que hoy empezaba el periodo vacacional con papá, y había decidido enfrentado con buen ánimo desde el principio.
-¡Mira, un día es un día – pensó – Me voy a ir a dar un paseo por la playa.
Había dormido con la bermuda puesta y decidió ponerse lo primero que pilló: una camiseta usada. La olió vagamente – Me vale - confirmó, calzándose después, el sufrido par de chanclas que le habían acompañado durante todas las vacaciones.
No pudo evitar una punzada de contrariedad al comprobar como el impertinente ruido de la cremallera rompía el ambiente, aún adormecido, del camping.
Se estiró complacido, sintiendo en su cara el aire, temprano y ya caliente, de la mañana del Cabo de Gata.
Y van siete pensó mientras intentaba contener un arranque de tos, resultado de la sobredosis de aire puro en un pecho alquitranado en fase de recuperación. Siete días sin fumar en plenas vacaciones. Ahí quedaba eso.
Se dirigió a la barrera principal, saludando al personal de recepción con un gesto que más quería decir “Eh, que me piro” que otra cosa, y se encaminó a la playa.
Al llegar a la mitad de la rambla le entraron unas ganas horribles de orinar.
- ¡Ostias, que apretón!
En circunstancias normales, su primera acción del día hubiera consistido en ir al lavabo, pero el animoso ímpetu que le había empujado a madrugar aquella mañana, le había hecho olvidar, momentáneamente, los regulares síntomas del pis matutino.
Y los lavabos del camping estaban donde Cristo dio las tres voces.
- Me voy detrás de una piedra, ¡pero ya! - decidió.
Por fin, justo a un lado del camino, localizó un emplazamiento discreto tras una enorme roca que se erguía, rodeada de maleza.
Se desahogó, con un alivio rayano en el éxtasis
- ¡Eh oiga! ¡El del camino!
El viento le había traído aquellas palabras. Asomó la cabeza, justo para descubrir a una mujer, metida en la playa con el agua hasta la cintura la cual, en una especie de trance frenético, le hacía señas como una loca. Se señaló a sí mismo con el dedo índice.
- ¡Si, usted! ¡Venga aquí! ¡Rápido! ¡Socorro!
Ante la urgencia, subió apresuradamente la bermuda, sin poder evitar sin embargo que las puñeteras últimas gotitas le salpicaran la pierna.
- ¡Me ca… ¡ ¡Coñiiiio ya!
Y corrió hacia la mujer.
III
-¡Gracias! – exclamó la mujer, aliviada por tener a alguien, al menos, con quien compartir la tragedia que estaba presenciando - ¡Mire, hay un chico en el agua! ¡El mar se lo está llevando!
Él observó el panorama intentando sopesar la gravedad de la situación.
- Volveré al camping y pediré ayuda – dijo convencido.
- Tardaría mucho ¡Si apenas puede mantener la cabeza fuera del agua! ¡Pero mírelo!
- ¿Y no querrá usted que yo…?
La retórica de la pregunta encerraba cierto matiz suspicaz
- Yo no nado bastante bien, sino ya lo habría intentado – contestó ella tajante.
El chaval, ciertamente, cada vez parecía más agotado por el esfuerzo, y no hacía falta ser una mente preclara para darse cuenta de que no era momento de réplicas e indecisiones; una pérdida de tiempo que solo conduciría al final del pobre chico.
La miró de nuevo; no debía tener treinta años. Luego se dispuso a introducirse, no sin dificultades, en el rompiente.
- Ya está, ya está. Venga, (cof), que ya estamos a salvo.
Respira.
El chico hincó las rodillas en la arena, mientras vomitaba, entre tos y tos, el agua que había tragado.
Él se dejó caer a su lado.
- Por poco no lo contamos, ¿eh?.
Pero el niño les miraba con los ojos muy abiertos, como aquel que despierta de una pesadilla y aun siente sus efectos.
- ¿Estás bien? – Le preguntó ella.
Y ante la sorpresa de los dos, el niño, apenas recuperado el aliento, salió corriendo rambla arriba en dirección al camping. Él intentó llamarle.
- ¡Chaval! ¡Oye!
- Déjalo, menudo susto se ha llevado el pobre.
- ¿Susto? El que me he llevado yo, que he salido a dar un paseo y casi me muero. Mira, me las he visto moradas para sacarle de ahí.
- No, si ya te he visto. Pero lo has manejado muy bien.
- ¿Y tú qué gritabas desde la orilla?
- Que nadaras en diagonal a la corriente, no en contra.
- Ah.
- Es que lo leí no sé donde, que cuando haya corrientes…
- Ya, que nades en diagonal, sí, a mí también me suena. Pero una cosa es ver los toros detrás de la barrera y otra…
- Que no, que lo has hecho muy bien. Gracias.
Él sonrió por primera vez.
- Tiene narices que me tengas que dar las gracias tú, en vez del niñato ese.
La sonrisa que le devolvió la joven, se le antojo lo más bonito que había visto en mucho tiempo, y decidió disfrutarla durante un par de segundos, justo hasta que un estornudo le devolvió a su empapada realidad
- Debes de estar helado. ¡Y con este aire…! ¿Te apetece un té? Tengo uno negro, que me traen de la india, buenísimo
El negó con la cabeza
- Casi me tomaba un cafelito. Si te apetece te puedo preparar un soluble riquísimo en cinco minutos
Recogió su cámara fotográfica y la guardó en su bolsa correspondiente con cuidado, tomándose su tiempo antes de contestar. Luego le miró de nuevo.
- Bueno, no es que me guste mucho el café, pero después de todo, creo que te lo debo por haberte metido en este embrollo. Venga vale. Tomaré un café.
- Pues vamos ya, que estoy tiritando – contestó él - Por cierto ¿no tendrás un cigarrito?.
IV
Aunque lo mantenía protegido del aire con su mano izquierda, el mechero chiscó varias veces antes de encender el cigarro.
- A tomar por saco el record..
- ¿Perdona? .
Con la misma llama encendió el camping gas y puso a calentar un poco de leche.
- No, que había dejado de fumar, pero dadas las circunstancias.
- Vaya.
- Bah, Otro día será, solo espero que el enfisema piense lo mismo – aspiró una profunda calada, expulsando luego el humo con mucha parsimonia - ¡Uf! Menos mal que tenía un paquete en el coche.
- Lo que has hecho ha sido impresionante, te lo digo de verdad.
Los elogios hicieron que se viniera arriba.
- Bueno, no te creas… uno que se cuida.
Ella no pudo sino disimular una sonrisa. Debía rondar los cuarenta, y aunque no se podía decir que fuera grueso, si dejaba entrever una cierta predisposición al sobrepeso.
- Ya, ya. En serio, no todo el mundo hubiera reaccionado como tú. No sabía que hacer, porque le veía irse mar adentro, y no…
- Ya está la leche – interrumpió el anfitrión.
Volcó el cazo sobre dos tazas que, previamente, habían sido generosamente escanciadas de polvo de café mezclado
con azúcar.
- Es del Mercadona. Bueno y barato. A ver si te gusta.
Ella tomó la taza entre sus manos y bebió un sorbo.
- No he hecho nada que otro en mi lugar no hubiera hecho.- dijo él, retomando el tema con aparente naturalidad.
- Ya, pero lo has hecho tú. Y eso siempre hay que tenerlo en cuenta.
No todos los días se veía impresionando a chicas más jóvenes, y eso le gustaba. No sabía definir el gusanillo que le estaba picando, pero tenía que ver con una especie de vértigo, de vacío en el estomago, que no había sentido en mucho tiempo; una sensación casi adolescente perdida en ese cajón de sastre que es el alma humana. Desempolvada por obra y gracia de una sonrisa.
- Bueno, pues… gracias – dijo al fin – Creo que tomaré otro café ¿Tú quieres?
Ella negó con la cabeza. Otro café cargado era más de lo que su sentido del agradecimiento podía soportar. El anfitrión recogió su taza.
Justo al levantarse sintió un pinchazo en la espalda.
- ¡Ay!
- ¿Te ocurre algo? – preguntó ella.
- La contractura… – contestó con cierto tono lastimero – tengo una contractura y creo que se me ha resentido con el esfuerzo.
Se sentó de nuevo, intentando masajearse con el brazo derecho.
- Si quieres puedo darte un masaje.
Él dudó un segundo, eran casi las diez y media.
- Venga vale. Un masajito me vendría genial.
La joven se levantó, colocándose a su espalda.
- Necesito que te quites la camiseta – no pudo evitar una mueca de desagrado – Y creo que debes hacer una colada
La muchacha se quitó el único anillo de su mano derecha, y comenzó a trabajar la zona dolorida.
- ¿Mejor?
- Ostiaaaa, ya te digo.
- A todo esto. Me llamo Marian, soy de Castellón.
Abrió los ojos. Ella continuaba su masaje con una aparente indiferencia. En todo el rato que llevaban juntos no se le había ocurrido preguntar su nombre.
- Yo soy Hermes… Hermes de Madrid – dijo al fin.
- Encantada - la joven parecía divertida con el desconcierto de aquel hombretón - ¿Por qué no me cuentas algo de ti. No es por nada, pero escucharte nada más que suspiros de alivio, aburre un poco.
Hermes supuso que ya era hora de presentarse.
-Pues nada, soy escritor, y me he venido a perder en este desierto para pasar unos días con mi hijo. Tengo un niño de dos años.
La muchacha apretó los dedos justo en el nudo muscular.
-¡Joder! – exclamó él, sorprendido por el dolor.
-Aguanta un poco, hombretón, luego me lo vas a agradecer.
-No… si ya. Si no me ha dolido –
Un discreto par de lágrimas parecían contradecir sus propias palabras .
-Así que eres escritor y tienes un hijo. Siempre he pensado que los hombres con hijos tienen un puntito sexi. Sobre todo los solteros.
No era el momento. No era el momento y él lo sabía. ¿Cómo vas a tirarte el rollo cuando alguien te está clavando su pulgar en un par de músculos montados. Pero su naturaleza pudo más.
- Como yo. Bueno, estoy divorciado.
La muchacha aflojó la presión.
- ¿Mejor? – preguntó
Hermes asintió, satisfecho
Eran casi las once de la mañana.
V
- Bueno, pues nada, Creo que me voy a marchar. Gracias por el café. Bueno… y por todo.
Permanecieron callados un momento, arropados por el silbido de aquel viento caliente.
- No, gracias a ti por el masaje.
- Bueno, es lo menos – contestó ella, y acercando sus labios en voz baja, susurró – Además, tienes una espalda muy bonita.
Como tu sonrisa, pensó Hermes, y decidió que no quería que ella se marchara. En ese ánimo renovado que le inundaba, había un oscuro matiz; un insistente hormigueo que le incitaba a utilizar las más escabrosas estrategias, los métodos más perversos, para que aquella sonrisa no saliera tan pronto de su vida.
Había aceptado más por cortesía que por un deseo real de conocer al retoño. Él pulsó varias teclas en su móvil, intentando elegir una de las muchas fotos que guardaba; alguna donde el niño pudiera aparecer lo suficiente encantador para apoyar su táctica. No le fue difícil. Se la mostró con cierto brillo de orgullo en los ojos.
- ¡Ay, es precioso!
El niño captó la atención de la muchacha desde el primer momento; en la foto aparecía con un gesto entre pícaro y sorprendido, expresión muy suya, acentuada por el brillo de sus dos pequeños ojos marrones y una sonrisa amplia y limpia, que mostraba al mundo, impúdica, las dos inmaculadas filas de sus dientes de leche.
- Es guapísimo. Se parece un poco a ti.
- Sí que lo es, aunque me esté mal decirlo.
- Seguro que es un encanto. Te felicito Hermes.
El plan parecía ir viento en popa, pensó él. Hasta el momento, su imagen de padre soltero solo parecía haber llamado la atención de mujeres mayores, más extrañadas por la excepcionalidad del caso que por el encanto que pudiera tener en sí mismo. Y aunque no podía reprimir cierto resquemor por utilizar alevosamente a su hijo para ligar, decidió que merecía la pena por ganarse aquella preciosa sonrisa.
- Sí que lo es. Si quieres luego te lo presento. Su madre lo traerá en un rato para dejármelo el resto de las vacaciones – echó una mirada rápida al reloj - ¡Joder! ¡ya son las once y pico!
El comentario sonó apremiante a los oídos de Marian. La joven se levantó y se dispuso a marcharse.
- ¿Y mi anillo?
- ¿Qué anillo?
- El que me he quitado antes, para darte el masaje. ¡No me digas que lo he perdido!
Miraron por encima de la mesa, levantando tazas y servilletas, pero el pequeño anillo de plata no aparecía.
- Puede que se haya caído al suelo – señaló Hermes.
Se agacharon los dos a la vez precipitadamente, escrutando el suelo de tierra, pero no había rastro de la joyita. En un momento dado, sus miradas se cruzaron. Sus caras permanecieron muy próximas, dibujando un plano que mantenía sus bocas prácticamente a la misma altura.
Yo le doy un pico ,pensó, convencido de que mejor quedar como un cuarentón babosillo, que como un pringao indeciso de los que ven pasar sus oportunidades desde el banquillo de los parados. Marian comprendió inmediatamente sus intenciones y, aunque contrariada por la pérdida de su alhaja, tampoco apartó sus labios.
El beso fue rápido y algo torpe.
- ¿Y ésto? – dijo ella tras retirar los labios, con una cierta expresión, en los ojos, mezcla de sorpresa y agrado.
- Lo siento, perdona, pero es que me moría de ganas. Espero no haberte molestado.
Ella apartó la cara y Hermes hizo lo propio.
Ay, que la que cagado, pensó y un escalofrío recorrió su espalda Ahora es cuando me manda a la mierda y se marcha
Pero no tuvo tiempo de andarse con pajas mentales; justo entonces se dio cuenta de que alguien más observaba la escena.
- Ejem, Si ahora te viene mal, podemos volver en otro momento.
Hermes conocía muy bien aquella voz y el matiz irónico implícito. No en vano lo había estado escuchando durante bastantes años.
De pie, justo a a la entrada de la parcela, una mujer con un niño de la mano, les observaba con gesto grave.
Marian reconoció enseguida al niño de la foto y no le costó adivinar quién era ella. Se levantó evitando miradas incómodas. También Hermes se incorporó, azorado por una situación que, en apenas unos segundos, se le complicaba más de lo esperado.
- ¡Papá! – exclamó el pequeño sin soltar el chupete que ocultaba sus pequeños labios, señalando con su pequeño dedo índice a su padre.
- Bueno, yo me voy – dijo Marian, dispuesta a escapar de aquella violenta situación – Si encuentras el anillo me lo das luego, ¿vale?.
- Por nosotros no os preocupéis – La voz de la mujer sonaba fría – Yo ya me marchaba.
- No, si yo también me iba – insistió la joven, se volvió hacia Hermes – Gracias por el café. Adiós.
El hombre asintió, sin decir nada
Tremenda cagada, macho El pensamiento pasó fugaz por la mente de Hermes, como una bala candente que le atravesaba el cerebro.
- Un poco joven para ti, ¿no te parece?.
Cualquiera hubiera captado un cierto tono de reproche en sus palabras, pero él tenía muy claro que su ex intentaba mantener desesperadamente una actitud digna, que no hacía sino delatar un claro sentimiento de orgullo herido.
- No es lo que te imaginas. Hemos tenido un percance en la playa y, bueno…
- No, si a mí no me tienes que dar explicaciones. Tú verás lo que haces.
Hermes se dio cuenta de que, dijera lo que dijera, las palabras sonarían vacías a sus oídos.
El niño se soltó de su madre y corrió a abrazarse a las piernas de su progenitor, encendiendo, con su encanto infantil, una chispita de alegría que ayudó a romper la frialdad de la situación. Hermes cogió a su hijo en brazos, entre agradecido y encantado.
- Hola, mi vida. – y apretó sus labios contra el regordete carrillo en un sonoro beso.
- Lo que si te pido es que si vas a jugar al rollito adolescente, pienses que tienes una responsabilidad con tu hijo – continuó ella, dispuesta a no marcharse sin decir una última palabra.
- Siempre lo pienso – contestó, intentando que las suyas no ayudaran a avivar la tensión.
- Ya. Bueno, tú verás. Aquí te dejo la bolsa. Ha desayunado bien, así que no te dará guerra hasta la hora de comer.
- Vale.
La mujer se acercó al pequeño y le dio un beso de despedida.
- Adiós, mi vida. Mañana te llamo.
Se giró dispuesta a marcharse, pero antes de salir de la parcela no pudo evitar volverse hacia Hermes. No dijo nada, tan solo le miró con gravedad. Luego se marchó.
- ¿Mamá? –
El pequeño dedito señaló a la figura que se alejaba, sin comprender del todo porque cuando uno de sus padres aparecía, el otro salía de su pequeño mundo, a veces durante varios días, y siempre acababan volviendo él. Hermes miró a su hijo con resignación. Una repentina ráfaga de aire caliente, impregnada de miles de pequeños granos de arena, les golpeó a ambos, inmisericorde. El niño se acurrucó buscando la protección del pecho de su padre.
- Mierda de viento de levante – sentenció.
VI
El día pasó entre chupetes, pañales cagados y una cantinela machacona de “papases”, lloriqueos varios y risas espontáneas.
A la puesta del sol, Hermes se había metido tanto en su papel que apenas había tenido tiempo para pensar en los acontecimientos de la mañana. El pequeño jugaba tranquilo, golpeando una piqueta contra una piedra de las que su padre utilizaba para asegurar la tienda.
- Se está haciendo de noche – observó.
Se sentó, aprovechando la tregua que su hijo le ofrecía y encendió una linterna eléctrica. Luego prendió un cigarro aspirando una calada profunda.
- Hola
Giró la cabeza justo a tiempo de descubrir aquella preciosa sonrisa que ya comenzaba a ser tan familiar. Casi se atraganta.
- ¡Marian! – exclamó sorprendido, al tiempo que intentaba contener un arranque de tos.
La muchacha se acercó tímidamente, hasta quedar iluminada por la luz de la linterna. Se había puesto un vestido ligeramente entallado, etéreo, derramado desde su cintura en un ligero vuelo que acentuaba el contorno de su figura. Aunque a él le hubiera gustado de cualquier manera, incluso con el pelo y el vestido empapado, tal y como se la había encontrado por la mañana, la transformación, que tan solo consistía en un cambio de ropa y una ducha rápida, le dejó claro que realmente era una mujer preciosa.
- Venía por si habías encontrado mi anillo.
El pequeño había absorbido tanto su tiempo, que Hermes no había tenido ocasión de pensar en la pequeña alhaja.
- ¡Ostias! ¡Tu anillo!
- Bueno, no pasa nada. Lo único… que le tenía cariño. Fue un regalo que me hice a mi misma hace tiempo.
Hermes no pudo sino sentirse un poco culpable.
- Oye, siento todo lo que pasó por la mañana. De verdad. Lo de mi ex, y… bueno, el beso. Yo… soy un desastre.
La sonrisa de Marian volvió a iluminarle.
- ¿Me invitas a otro café? Pero por favor, esta vez no lo cargues tanto.
- ¿Otro café? –
Sí, lo había oído perfectamente: ella había vuelto y le estaba pidiendo que le invitará a otro de aquellos asquerosos cafés que solo su propio estomago, acostumbrado al café de la máquina del trabajo, podía digerir.
El niño se acercó a ella.
- Vaya, hola – le saludo la joven – Así que este es tu niño. Es guapísimo.
Hermes esbozó una sonrisa. Tal y como se habían desarrollado las cosas, el sentimiento de vanidad que se había apoderado de él durante la mañana, se había diluido en un mar de timidez y vergüenza.
- Aún no me has dicho como se llama. – preguntó Marian.
- Víctor. Se llama Víctor.
- Hola Víctor – Detrás del enorme chupete se dibujó una preciosa sonrisa infantil. Parecía encantado con su nueva amiga
- Oye, ¿quieres jugar a recoger piedras?
El niño exclamó un vocablo parecido a un ¡sí! rotundo y enérgico.
Mientras los veía jugar, Hermes no pudo dejar de pensar en las vueltas que podía dar la vida. Y al verla agachada junto a su hijo, con el vuelo del vestido recogido entre sus piernas, no pudo dejar de alegrarse de haber ido, pese a todo, a pasear por la playa aquella mañana. Sí, realmente había sido una buena idea. Solo por haberla conocido ya merecía la pena. Como si hubiera escuchado sus reflexiones, Marian, sin cambiar su posición se volvió hacia él. Hermes levantó el café, recién preparado.
- Sigue recogiendo piedras, cariño. Ahora vengo. – Y se incorporó para recoger la taza.
- ¿Puedo hacerte una pregunta? – le dijo después de un primer sorbo. Hermes asintió con la cabeza.
- ¿Qué sabor tenía el beso que me diste está mañana?.
Hermes contestó con franqueza, dispuesto a ser lo más natural posible.
- La verdad es que fue un beso muy torpe. Estaba más nervioso que un flan.
- Si quieres puedes intentarlo de nuevo.
El corazón le dio un vuelco. No todo parecía haber salido tan mal, después de todo.
Ella le acercó los labios, invitándolo, y él la beso, y esta vez fue un beso cálido, jugoso y caliente como aquel aire. Retiró sus labios, despacio.
- ¿Y bien? – insistió Marian
- A sal. Tus besos saben a sal, a arena…¿a tortilla de patata?...
- ¿Papá? – Víctor, ajeno a todo aquello, insistía infructuosamente en llamar la atención de su padre.
Se miraron a los ojos.
- Gracias – dijo Hermes
- ¿Papá? – el niño insistía.
- Creo que tu hijo quiere decirnos algo - Marian bajo la mirada, sonriendo al pequeño - ¿Qué te pasa, corazón?
El niño sostenía algo entre sus deditos.
- ¡Uy, otra piedrecita!
Marian descubrió con sorpresa que lo que el pequeño Víctor le acababa de entregar no era una piedra.
- ¡Será posible! – exclamó Hermes.
Sobre la mano de Marian, descansaba el pequeño anillo perdido.
Entonces Hermes cayó en la cuenta.
- ¿Te has fijado?... el viento ha dejado de soplar.
FIN
1 comentarios:
¡¡¡Es un relato esplendido!!!
Mi más sincera enhorabuena
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