Cotidiana

1
Tres de Septiembre. Guardo la ropa en la taquilla y me incorporo al puesto de trabajo en turno de mañana. Café, pequeña tértulia durante el desayuno con los compañeros, un cigarrito, y al tajo, mejor no digo que hora es.
El taller comienza a despertar; los operarios reparten el material solicitado; los dígitos de un indicador de presión brillan en la semioscuridad de un cuarto vacío, como los ojos achantes de un animal salvaje sumergido en su guarida; se escuchan las primeras voces, indicaciones de los jefes de sección, risas, y de fondo... la voz de Francino desde mi aparato de radio. Buenos días.2

Una sonrisa de dos años me ilumina el alma desde la pared. Es la foto de mi hijo, que, cada mañana, me recuerda quien soy y porque estoy allí.
Me gusta escuchar la tertulia de "Hoy por hoy", ellos amenizan el monótono sonido de la llave de carraca. Estoy hasta las narices de sacar tornillos.
Sartorius habla sobre las declaraciones de Corbacho y la parada de contratación de inmigrantes en origen, y el condenado tornillo se me ha caído de las manos, ponte a buscarlo que están contados, politicas de ahorro empresarial, ya le vale al Corbacho.
- Ya estamos - pienso - otra bajada de pantalones del gobierno, que bastante tiene con la que está cayendo. ¿Crisis económica o desaceleracion de soluciones solventes?. ¿Dónde se habrá metido el puñetero tornillo?
Y es que las miradas torcidas a los inmigrantes ya no son patrimonio de los fachas. Es lo que tiene la crisis. ¡Coño, el tornillo!
A lo chino chano ya llevo dos horitas currando. Viene un compañero, ¿cigarrito?, venga, un último apretón a un par de tornillos para asegurarme.
La máquina del zumo de naranja natural me sirve apenas medio vaso, que pena de máquina, y eso que la idea no está mal: un vaso de zumito, tres naranjas exprimidas por 90 cts... si las naranjas fueran buenas.3
Comento con mi amigo la historia de los inmigrantes, le cuento una conversación que tuve con el dueño de un bar que solemos frecuentar cerca del trabajo, un gallego que también había sido emigrante, de los que se fueron en los sesenta con "contrato".
- Nos están invadiendo - clamaba con la razón que le daba su propia experiencia - Si tienen que venir, que vengan con contrato, como íbamos nosotros - Mi compañero asiente
- Tiene razón -
- De eso se trata - le digo, aunque prefiero no entrar más en harina y desecho la idea de hablar sobre los miles de españoles que, no durante años, sino durante siglos, han emigrado a otras tierras sin más papeles que los del librillo de fumar que llevaban en la petaca. En vez de eso suelto lo primero que pasa por mi cabeza.
- De eso se trata, y si se paran las contrataciones se fomenta la inmigración ilegal.
- Pero es que aquí no hay trabajo - a mi amigo le gusta picarme.
- Le replico que se lo cuente a los trabajadores inmigrantes de la construcción, que son los primeros que se han ido a la puta calle. Me caliento. También le digo que no se puede negar a nadie lo que se exige para uno mismo, con o sin papeles, y que la única solución para que no vinieran es que no se tuvieran que ir a buscar un futuro en otra tierra, que si el reparto de la riqueza, pim, pam, pim, pam, ¡Tachán!, ya salió el defensor de pleitos pobres que hay en mi, me llama demagogo, yo le llamo cínico, nos subimos a currar.
Los de la SER me acompañan hasta la hora del bocadillo. Tomo un café cortado, hace ya dos años que deje los pantagruélicos almuerzos del trabajo y debo decir que mi cuerpo me lo agradece, me apetece tomar el sol.
Observo a los aviones despeguar y aterrizar por la pista del aeropuerto. Mañana tengo que coger un avión a Málaga, no puedo evitar que un escalofrío me recorra la espalda, mejor voy a volver al curro.
La voz de Rajoy es carne de humorista, pienso, mientras el líder de la oposición lidera el programa de radio hasta el mediodía, menos mal que hace tiempo que no le hago ni puto caso; entre el coro de grillos en que se ha convertido la política española cada vez cuesta más escuchar voces con sentido, y mi tiempo es oro, vausté a la mierda, oiga, y bajo el volumen de la radio. Vacío el aceite de un compresor que acabo de desmontar en un recipiente, y la densidad del dorado líquido me trae de nuevo a la cabeza, el tono deslizante, las palabras arrastradas del padrino de la niña de España, portavoz oficial de las necesidades e intereses de TODOS los españoles, y a los españoles no les interesa desenterrar conciencias que han tardado décadas en quedar dormidas, así que venga, vamos a hablar del paro, que aquí hay chicha, vuelvo a subir la radio y compruebo con satisfacción que el susodicho ya no está en antena, mierda, me manché la bata de aceite.
Rober me llama por teléfono, esta nervioso con toda esta juerga del congreso, reunión de pastores, oveja degollada, es una parida como otra cualquiera, se lo toma con humor, solo espero que su ilusión y la seriedad con que se toma su compromiso no le lleven al desencanto, como a otros, también espero que los socialistas madrileños puedan retomar un rumbo que hace tiempo esta perdido, suerte, que falta os va a hacer, termino de desmontar la bomba del compresor.
Ya son las dos, el turno de tarde está a punto de llegar, voy a terminar con lo que estoy haciendo y ya recogeré la herramienta más tarde, ahora al ordenador a rellenar las hojas de salida del trabajo. Ha llegado el compañero del turno de tarde, hola, ¿qué tal la mañana?, tranquila, lo normal. Comento algunas indicaciones mientras saco las hojas de la impresora, mi compañero se vuelve hacia mi con algo en la mano, toma, me dice, por tu cumpleaños, y me entrega una bolsa del Vips que contiene un libro de cocina española, no sé que decirle, es una sorpresa muy agradable, le doy las gracias con cierta torpeza.
Son las tres menos un minuto. No sé por qué siempre tengo la impresión de que ese último minuto de la jornada tiene una duración de ciento veinte segundos, es una excepción cronológica, una anomalía temporal, no sé, la cuestión es que se me hace eterno, a mí y al resto de compañeros que componemos la fiel comitiva del fichaje nuestro de cada día frente al reloj, anhelando expectantes que el maldito dígito pase del nueve al cero de una puñetera vez, ¡ahora!, hala, hasta mañana. ¡mierda, me he dejado la radio encendida!.

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