El polvo de una tarde de verano

Son casi las seis menos veinte de la tarde y no he conseguido pegar ojo. Menuda mierda de siesta.
El zumbido de un mosquito demasiado cerca de mi oído hace que me incorpore violentamente, amagando un manotazo que lo único que consigue es dejarme la oreja dolorida. Hace calor. Estoy sudando como un pollo.
Ella duerme, tranquila, a mi lado, ofreciéndome su espalda desnuda. El sol de la tarde se abre paso entre las lamas de la persiana, a medio bajar, para iluminar su hombro derecho a contraluz. Su hombro. Una perla de sudor se desliza perezosa hasta que, cansada de patinar por el cristal de su piel, se inmola en la inmensidad de las sábanas, desde su tibio parapeto.
Alargo mi mano hacia su espalda. La acaricio mientras pienso que algo bueno he debido hacer en esta vida para que los dioses me hayan concedido el don de un mundo propio para explorar. Un mundo delimitado, en su frontera dorsal, por la piel que ahora toco con las yemas de mis dedos.
El contacto hace que se revuelva, en sueños, y se gire hacia mí. ¡Dios! pienso al mirarla ¿Es realmente tan hermosa o solo me lo parece a mí? Creo que más bien lo segundo. Es una mujer hermosa, por supuesto, pero a mis ojos es “la más hermosa”. A ver lo que dura ese sentimiento, aunque en realidad me importa poco lo que dure; lo realmente bueno es saborearlo mientras se mantiene vivo.
Así que acerco mis labios a los suyos y la beso. Es un beso limpio. Un beso de labios húmedos. Me encanta mordisquear los suyos. Los chupo y los aprieto contra mis propios labios. La punta de mi lengua los recorre. Ella, sumergida todavía en un mar de sopor, empieza a reaccionar a mis estímulos.
De una manera casual, deja caer su mano izquierda sobre mi cadera. Sus dedos se mueven, con aparente discreción, acariciándome: nalga, espalda, pierna y vuelta a empezar. Hace rato que estoy empalmado.
Sigo besándola. Ella se encuentra en ese momento de la duermevela en que realidad y sueño se mezclan en una nebulosa hiperreal; un lugar donde las sensaciones parecen cobrar otra dimensión. Mantiene los ojos cerrados, sin embargo puedo notar como su respiración se ha vuelto más rápida e intensa. Me encanta. Creo que voy a hacer una inmersión entre sus piernas.
Sus dedos se enredan en mi pelo y sujetan mi cabeza contra su pubis. Sé que le encanta el sexo oral. A mí también. Ahora ya está despierta. Me habla, me susurra, me grita. Levanto la mirada (y la cabeza) por un momento de aquel manantial y la veo sonreír. Le gusta, pienso, inyectando una pequeña dosis de moral a mi ego inestable.
Mis dedos y mi lengua mantienen, durante unos minutos, un duelo a clítoris partido. Los espasmos, más que los gemidos, me indican que está llegando al orgasmo. Hunde de nuevo mi cabeza entre sus piernas, y se corre inmisericorde.
Me tumbo otra vez a su lado mientras nos relajamos. Nuestros cuerpos brillan bañados en sudor. Mis labios conservan el sabor de su sexo. Nos besamos y compartimos ese sabor, que es suyo y mío.
Son las seis y veinte de la tarde del 7 de Agosto. Quedan 22 días para que cumpla treinta y nueve años, y una vez más, ella me ha demostrado que sigo estando vivo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy muy bonito!ojalá algún día me hagan sentir eso, tu pareja debe sentirse muy afortunada!Espero que la magia no se acabe nunca!

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