El Momento de España - Pedro Vallina

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Pedro Vallina, Guadalcanal (Sevilla) 1879 - Veracruz (México) 1970, fue un médico y anarquista español. Nacido de padre asturiano y madre sevillana (natural de Cantillana) instalados en la Sierra Norte de Sevilla. De posición acomodada, Pedro Vallina estudió medicina en Sevilla, Cádiz, París y Londres (en estos dos últimos lugares como exiliado) al tiempo que, desde joven, destacó en su faceta política como anarquista; sobre todo, a partir de su estancia en Cádiz y la toma de contacto con Fermín Salvochea.

Fuente : Wikipedia

Enrique Mariné entrevista a Julio Carabias para el libro El Momento de España en 1933.


 

PEDRO VALLINA
Pese a quien pese, la revolución se hará en España.

El doctor Vallina, extremista notorio, me manda desde su actual residencia la síntesis de sus puntos de vista en la cuestión candente. Y claro es que la vida del campo andaluz, que él conoce tan de cerca, es en este trabajo el tema predominante.

PRELIMINAR
No hay que extrañarse de los juicios y pareceres que a continuación exponemos, teniendo en cuenta nuestra filiación anarquista, aunque no consideramos como ácratas sino a aquellos que vean las cosas como nosotros las vemos, ya que las palabras no pasan de ser convencionales. Sin embargo, creemos que nuestro sentir es el de la mayoría de los trabajadores españoles, que anhelan el triunfo de un ideal de justicia social—sin la cual no habrá paz posible—, y no medrar con la política o el obrerismo.
Revolucionario impenitente y hombre de acción, he de ser en mis respuestas todo lo lacónico posible, pues en un mar de palabras es donde naufragan las mejores intenciones. Un ejemplo: ¡ Cuánto se ha escrito y hablado sobre el problema del campo anda. luz, todavía sin resolver y en poder la tierra de lo: que no la trabajan!
EL MOMENTO ACTUAL
El momento por que atraviesa el país es verdaderamente inquietante y preñado de peligros. Pueden los hombres que nos gobiernan ser todo lo optimistas que quieran desde sus poltronas de Madrid, pero los que llegamos al fondo del alma popular sentimos las mayores angustias pensando en un próximo futuro. De seguir las cosas así, no vemos otra perspectiva por parte de los grupos republicanos, más llenos de ambiciones que de ideales puros, que la de una República a lo portuguesa. Ya a los pocos días de implantada la República en España nos advertía un ilustre proscripto portugués, James Corteçao, entonces en Madrid, que seguíamos la senda fatal que a ellos los llevó al desastre.
Divorciado cada vez más el pueblo español de sus gobernantes, ¿hasta dónde le llevará su energía en potencialidad? ¿Se agotará ésta pronto y se someterá a un presente sin esperanza ? O bien, una raza dormida y no decadente, ¿se despertará soberbia y cumplirá un hecho histórico, a semejanza de las Revoluciones francesa o de la rusa? Nos inclinamos a lo último, no engañado por nuestros deseos, sino bien informado del estado de espíritu del pueblo español. Si los políticos buscan un cambio en la superficie de las cosas, el pueblo lo busca y encontrará en el fondo.
A todos sorprendió la paz y armonía con que fué proclamada la segunda República española, al morir de muerte natural la monarquía alfonsina. Hasta Sanjurjo ofició de padrino. Pero el cielo sereno se fué llenando de negros nubarrones hasta cubrirse por completo, y en vez de los rayos puros del sol empiezan a percibirse los siniestros resplandores del relámpago. ¿ Cómo pudo operarse semejante transformación? De una manera muy sencilla. Los hombres que ocuparon el Poder, más retóricos que revolucionarios, no eran los hombres de tan críticos momentos. Se esforzaron en hacer abortar una revolución, contentándose con un simple cambio de régimen, sencillamente lo contrario de lo que el pueblo anhelaba. Era el momento de las grandes acciones para crear un país nuevo. No había que apagar la cólera del pueblo, sino encenderla, no para obras de venganza, sino para acciones generosas, respetando a las personas, pero exterminando sin piedad los privilegios.
La revolución no la hacen los oradores ni los leguleyos, sino la masa del pueblo. ¿Acaso los estudiantes de la gran Revolución francesa no han comprobado q; el pueblo fué siempre superior a sus caudillos, aunque algunos eran de indudable mérito? Todos los historiadores, como el mismo Thiers. ¿no han reconocido que cuando los legisladores abolieron el régimen feudal ya el pueblo lo había abolido de hecho? "El pueblo—decía Michelet—vale más que sus jefes. Mientras más profundizo, más en el fondo encuentro a los mejores. Esos oradores brillantes que han expresado el pensamiento de las masas pasan equivocadamente por los mejores actores. Más bien han recibido-el impulso que lo han dado. El actor principal de la Revolución es el pueblo."
Un Comité revolucionario, asistido por la nación en masa y en el momento que los amigos del pasado huían a sus cavernas, podía en poco tiempo haber hecho obra inmensa. Lo primero es armar al pueblo, no desarmarlo, pues en el pueblo están los cimientos de la revolución. ¿Qué es eso de las fugas de capitales para sabotear la República? Las fronteras se cierran y los bienes se confiscan al que corneta tal crimen de lesa patria. Y esas masas obreras sin trabajo y en la miseria, ¿qué hacer con ellas? ¿Pues no está la mitad del territorio español sin cultivar y lo que se cultiva, por ignorancia, produce poco? Toda la masa obrera sin ocupación lanzarla sobre los terrenos improductivos, y hasta que rindieran las nuevas cosechas, el pueblo que labrara los campos sería alimentado con el dinero sobrante de los ricos... El pueblo, con su buen sentido, hubiera dado soluciones a los primeros gobernantes de la República, de manera que, al reunirse las Cortes Constituyentes, se encontrarían con lo fundamental ya hecho. La lógica de un país en revolución es ser revolucionario.
su EVOLUCIÓN INMEDIATA
Habiendo demostrado los hombres que nos gobiernan su incapacidad para satisfacer los anhelos del pueblo español, y creyendo que los que le sucedan BO harán otra cosa que empeorar la situación, pues les guía, más que la bondad, sus ambiciones de mando, no vemos otra solución que una revolución, que, pese a quien pese, se hará en España, revolución social y de tipo federalista, que encuadra mejor con las tendencias de nuestro pueblo.
Ya lo decía en otro tiempo el venerable republicano de verdad, D. José María Orense: "Revolución que discute es revolución perdida. Cuando una revolución es tímida y no se atreve a tomar el primer día una medida, por radical que sea, se necesita otra revolución para proclamarla."
SOLUCIONES QUE DESDE DISTINTOS PUNTOS DE VISTA
SE OFRECEN A LOS PROBLEMAS POLÍTICOS, CULTURA-
LES Y SOCIALES PLANTEADOS EN ESPAÑA
De seguir las cosas como están, no vemos ninguna solución a estos problemas que pueden satisfacernos. Ahora bien, triunfante una revolución popular e inteligente les daría fácil solución en beneficio del pueblo.
El problema político se resolvería suprimiendo al político de oficio y substituyendo sus funciones por las meras administrativas. Estos hombres se podrían ocupar de otra profesión más formal.
Los problemas culturales se resolverían en un régimen de igualdad, estudiando la capacidad mental de los pequeños y sus inclinaciones, repartiendo las
horas de su existencia entre un trabajo mental y otro manual, que desarrollara cerebro y músculos. ¿Cabe mayor injusticia que condenar a un hombre a que rape barbas a sus semejantes toda su vida mientras que otros gozan las delicias proporcionadas por lo: estudios de las ciencias y de las artes?
En cuanto a los problemas sociales planteados er España, una revolución del tipo señalado los resol vería de contado, si no, no sería tal revolución.
EL PROBLEMA DEL CAMPO ANDALUZ
Al tratar de este asunto es cuando se advierte el desconcierto en su mayor grado. A los pocos días de proclamarse la República, tanto nosotros como don Blas Infantes llamamos la atención del Gobierno, desde las columnas de El Sol, sobre la urgencia de atender a este problema, tanto por lo que era de justicia como por lo que beneficiaría extraordinariamente a la República naciente. No fuimos comprendidos, y hasta se nos tachó de perturbadores peligrosos. Hubo un consejero de Estado, monárquico hasta la víspera del advenimiento de la República, quo nos amenazó con el fusilamiento, que hubiéramos aceptado de buen grado en bolocausto del jornalero andaluz. Los insensatos y perturbadores eran ellos. Cómo pueden ignorar nuestros gobernantes, que se tildan de demócratas, que la insurrección campesina, ganando también las ciudades, fué la que constituvó el verdadero fondo de la Revolución francesa 'Y
Nosotros propusimos, como solución inmediata, la expropiación del latifundio. Como la mayoría de los latifundios en Andalucía provienen de adquisición ilegítima, en vez de indemnizar a los propietarios, éstos serían los que indemnizaran a los jornaleros de manera que pudieran vivir hasta la próxima cosecha. El Sindicato distribuiría la tierra en posesión permanente a los jornaleros. La renta la percibiría el Sindicato y el Municipio. El Sindicato emplearía ese dinero en proveer a los trabajadores de enseñanza técnica, de máquinas, de abonos, de obras de riegos, etc., y el Municipio, en satisfacer las necesidades públicas (higiene, escuelas, etc.), desgravando los arbitrios ,en todas las manifestaciones del trabajo.
Los- que abogamos por el orden y la riqueza nacional fuimos desoídos y reducidos a la prisión y a la impotencia, y el desorden y la miseria se enseñoreó de Andalucía por culpa de los gobernantes. Se siguió por el Sr. Maura, y luego por su sucesor, Casares Quiroga, una política de represión desatinada. Y se aplicó la monstruosa ley de fugas. Y se torturaron los prisioneros como en los peores tiempos de la Inquisición. Pequeños conflictos, fáciles de resolver, se convirtieron en verdaderas tragedias. Hasta que se culminó en el impresionante drama de Casas Viejas. Estupidez y miedo: he ahí los dos factores del desastre. Para colmo del infortunio de los jornaleros andaluces, una pandilla de estafadores, vagos y agentes provocadores, con el disfraz de extremistas. se infiltraron en los Sindicatos sevillanos para conducir a 10,1 trabajadores andaluces a la impotencia y al desastre... Sevilla es un triste espécimen de la estupidez y mala fe de los de arriba, como de las torpezas de los de abajo, cuando van inspiradas por malvados.
¿Puede la reforma agraria llevar la tranquilidad a aquella región y convertirla en un emporio de riqueza? Mucho dudamos que así sea. Con los 50 millones presupuestos para la ejecución de la reforma en este primer año no se puede hacer nada de provecho. Hay otra dificultad mucho más grave, y es la resistencia del latifundista andaluz a la reforma. ¿Acaso desde que vino la República no la boicotean, dejando sin trabajo y reduciendo a la miseria al mayor número de campesinos? Y es que existe un abismo entre una ley recién promulgada y su ejecución práctica en la vida. Por poco que una nueva ley perjudique a los privilegios, se necesita poner en juego toda una organización revolucionaria para que esa ley se aplique con todas sus consecuencias.
Sin resolver el problema del campo andaluz, los más graves conflictos son de temer, pues los campesinos, llevados de su buen sentido, prescindirán de todos los mequetrefes que tratan de guiarlos y se guiarán por sí solos. Este seria el comienzo de su triunfo. La tranquilidad de hoy no es más que aparente, teniendo en cuenta que las sublevaciones agra- rias nunca son continuas. El motín sucede a la tregua.
No concluiremos estas amargas reflexiones sin recordar la frase de Antero de Quental en uno de sus escritos sobre la Revolución de Septiembre, que llevó al destronamiento a Isabel II:
"¡Ay de los pueblos que al día siguiente de su bautismo revolucionario sólo tienen a imbéciles y traidores corno padrinos!"

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