La memoria demolida


El anciano levantó sus ojos húmedos y contempló el metódico trabajo de aquella maquinaria pertinaz, empeñada en un titánico esfuerzo por mutilar la enorme cúpula en cuya bóveda habían reverberado las voces, los agónicos lamentos de cientos de hombres que, como él, habían sido emparedados allí. Las voces, los lamentos, jamás el espíritu, porque ningún dictador había conseguido doblegar el espíritu de aquellos y aquellas que sabían por qué luchaban, por qué estaban siendo torturados entre aquellas paredes, verticales e impasibles.
Tomó a su mujer del brazo.
- Vámonos a casa, mi amor.
Ella lloraba en silencio. En su memoria se agolpaban todas aquellas interminables colas, bajo el frío y la lluvia, bajo un sol inclemente, sujetando fardos cargados de comida, desesperación, miedo y rabia. Incertidumbre. Temor por la persona querida en manos de verdugos de camisa azul.
Los dos ancianos volvieron sus pasos hacia el metro de Aluche. Un enorme cartel brillaba bajo la luz de la marquesina de la parada de autobús, anunciando la última película de José Luis Garci.
Heroes anónimos, populares; gente del pueblo elevada a la categoría de héroes por el imaginario patriótico de los buenos españoles. Mayo de 1808. ¡Viva el pueblo!. Dos adolescentes, ajenos al mundo, se besaban mientras esperaban el autobús.
- ¿Valió la pena?
El anciano desvió la mirada del cártel. La pregunta de su mujer le había llegado lejana, extraña, pues nadie mejor que ella sabía cual era la respuesta.
- Por supuesto - contestó con firmeza - ¿Y a ti? ¿Te valió la pena?
Ella apretó el brazo de su marido y bajó la mirada sin contestar. El anciano besó su frente.
- Esto no es nuevo, mi vida, llevan toda la vida negándonos, intentando relegarnos al olvido, haciendo creer al país que nunca hemos existido, que somos una reminiscencia de otro tiempo, que jamás formamos parte del futuro... del presente. Pero tú y yo lo sabemos, y lo saben nuestros hijos, y nuestros nietos, y los hijos de nuestros nietos también lo sabrán, y sabrán que las libertades que disfrutan se forjaron entre los muros de prisiones como esa que ahora destruyen, intentando eliminar todo rastro de culpa, aliviando con su alevosía las conciencias enfermas de los hijos de los verdugos, y la traición de aquellos cuyos padres y abuelos padecieron la represión franquista junto con nosotros.
Elevó la vista hacia su compañero y contempló en su mirada la misma determinación que la enamoró un día, perdido en el tiempo, cuando había que jugárselo todo, para conquistar... todo, y le sonrió.
Volvieron a caminar, perdiéndose por la Avenida de los poblados, hasta conventirse en una forma difusa, iluminada a contraluz por los vehículos que subían desde el cercano metro de Aluche.
Los dos adolescentes separaron por fin sus labios de aquel beso infinito que, durante algunos minutos les había alejado de la realidad. Poco a poco fueron recuperando el aliento entre risas y miradas cargadas de complicidad.
- ¿Qué día es hoy? - preguntó el chico con frivolidad.
- Jueves.
- Hoy ponen el "Cuéntame como pasó" en la primera.
- ¡Puf! menudo muermo - contestó ella.
- Ya te digo
Y se volvieron a fundir en otro beso. De fondo, el ruido de la maquinaria seguía marcando el compás de la historia.

2 comentarios:

FRANESCO dijo...

http://www.asueldodemoscu.net/?p=2161#comentario-39528

Raguenó dijo...

Nací, hace 39 años, en el hospital "La paz", en el norte de Madrid, y desde allí me llevaron a Caranchel, donde he vivido desde entonces. Soy vecino de Carabanchel y concozco muy bien, desde niño, todo lo relacionado con la cárcel que, durante décadas, ha hecho famoso a mi barrio. La reivindicación del hospital es muy vieja, es cierto, así como totalmente necesaria; yo mismo he sufrido las consecuencias de tener que ser atendido en hospitales alejados, como el clínico San Carlos, o atestados, como el Doce de Octubre (y esto en el mejor de los casos), soportando además la ironía de pasar, casi cada día, por la puerta de un hospital semivacío y relativamente moderno, y me refiero al Gómez Ulla. Será una buena noticia para el barrio, contar por fin con el hospital que tanto necesita en caso de que por fín se construya. No hay que olvidar que esta reivindicación también ha partido, siempre, del asociacionismo vecinal y, que yo sepa, no se ha renunciado a ella, sino todo lo contrario. Pero el hospital es solo una parte de lo que los vecinos han venido exigiendo hace tanto tiempo, la base de todo es la reivindicación de los terrenos de la cárcel para un uso público, o sea de todos; de la misma manera que el barrio ha sufrido durante años el triste privilegio de ser famoso en todo el país por la cárcel, centro de represión, que extendía su álito ténebre sobre todo el vecindario, ahora exige que esos terrenos sirvan para que Carabanchel se desarrolle en paz y democracia.
El gobierno tendrá su razón de estado para obrar como lo ha hecho, no lo discuto (aunque no me guste) y los vecinos su razón moral, para pedir lo que están pidiendo. Pero, sinceramente, desde un punto de vista progresista, demócrata, y sobre todo de responsabilidad con nuestra historia (y con nuestra me refiero a los que de verdad han creído en la democracia y han luchado y sufrido por conseguirla)creo que, precisamente por ser un simbolo tan trístemente notable en el contexto de la transformación que nuestro país ha sufrido en los últimos treinta años, debería ser el emplazamiento de ese monumento a la memoria histórica. Me jode soberanamente que nos perdamos en debates sobre quién ha sido más antifranquista y en función de ello, si el monumento a la memoria histórica debe o no ser construido allí, según sean las directrices de las siglas con las que nos identificamos, ya sabéis: el frente popular de judea o el frente judaico popular. Lo que realmente nos debería importar es dejar claro a los que vienen detrás, que palabras como libertad, democracia, constitución, tolerancia, pluralismo, etc, no son meros téminos, vacíos de contenido, en boca de aburridos políticos, sino derechos y garantías que no se regalan, sino que se conquistan en galerías como las de Carabanchel.
Tenemos que cerrar, por fín, las cicatrices de nuestra historia, para poder ser un país sano de mente y espíritu.

Un saludo

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