Maldita (I)
viene de aquí: Prólogo
La conocí en una reunión de trabajo, yo llevaba demasiado años en la misma empresa como para que me pudiera sorprender lo que se pueda decir en una de ellas, pero mi empresa por fin me hizo caso, y quiso abrir sucursales en las redes sociales, necesitabamos un experto en nuevas tecnologías y el experto resultó ser ella.
Vestía con ropas de marcas difíciles de reconocer y de una talla levemente más alta de lo que podría ser recomendable para favorecer la intuición de las curvas que se escondían debajo de ellas. Pero daba igual, la pasión en la manera de exponer sus ideas hacían que la indiferencia con ella no fuera una opción, hasta las brújulas verían en ella el norte si la tuvieran cerca, tenía magnetismo. En las cañas, después de la reunión, ella seguía haciendo alarde de una chispa que prendería fuego hasta encima de témpanos de hielo. Pero ya no hablamos sólo de asuntos de trabajo, si no sobre otros temas más livianos. Ella tenía conocimientos aceptables de música y de cine, pero lo que más me llamó la atención fue su forma de hablar de literatura; libros y autores eran despachados en apariencia de la forma más caprichosa, pero una vez superado el primer asombro por la forma tan enérgica con los que eran expuestos los argumentos, acababas reconociendo que en el fondo escondían razonamientos originales y que tenían, sino toda, mucha parte de razón.
Cuando la noche siguió avanzando, nos fuimos a terrenos más discretos para continuar nuestra charla, y esta vez ya a solas.
(continúa aquí)
La conocí en una reunión de trabajo, yo llevaba demasiado años en la misma empresa como para que me pudiera sorprender lo que se pueda decir en una de ellas, pero mi empresa por fin me hizo caso, y quiso abrir sucursales en las redes sociales, necesitabamos un experto en nuevas tecnologías y el experto resultó ser ella.
Vestía con ropas de marcas difíciles de reconocer y de una talla levemente más alta de lo que podría ser recomendable para favorecer la intuición de las curvas que se escondían debajo de ellas. Pero daba igual, la pasión en la manera de exponer sus ideas hacían que la indiferencia con ella no fuera una opción, hasta las brújulas verían en ella el norte si la tuvieran cerca, tenía magnetismo. En las cañas, después de la reunión, ella seguía haciendo alarde de una chispa que prendería fuego hasta encima de témpanos de hielo. Pero ya no hablamos sólo de asuntos de trabajo, si no sobre otros temas más livianos. Ella tenía conocimientos aceptables de música y de cine, pero lo que más me llamó la atención fue su forma de hablar de literatura; libros y autores eran despachados en apariencia de la forma más caprichosa, pero una vez superado el primer asombro por la forma tan enérgica con los que eran expuestos los argumentos, acababas reconociendo que en el fondo escondían razonamientos originales y que tenían, sino toda, mucha parte de razón.
Cuando la noche siguió avanzando, nos fuimos a terrenos más discretos para continuar nuestra charla, y esta vez ya a solas.
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