Maldita (IV) y fin

(Capítulo anterior)

Ella me quería, lo sé; había momentos que cuando estábamos juntos en los que podía ser la persona más dulce y cariñosa del mundo. Besos y arrumacos de gata y un carácter que se amoldaba a mis deseos. — Ves, si yo soy muy fácil de llevar — me decía. Y a ratos, eso era cierto. Pero cuando se iba de mi lado, ella creaba un vacío imposible llenar.

— Si me quieres, ¡salta valiente! aquí te espero. — me decía, y tenía razón. Pero no es el amor "saltar al vacío" y renunciar a ser uno, para ser dos. No sé si será por egoísmo, yo creo que la gente espera dividir la tristeza y multriplicar las alegrías con "el amor". Ella daba y ofrecía su amor, pero no su cuerpo, al menos no en exclusiva. Ni su cuerpo ni su tiempo, había sitios donde nadie la podía acompañar, el sólo hecho de ser en ella alguien conocido invalidaba cualquier invitación a las alturas y al abismo donde ella viajaba. Por si no ha quedado claro, ella era una artista, una pensadora poética, una diseñadora de la vida con la sensibilidad a flor de piel para disfrutar de la alegría donde estuviera, y si la alegría no estaba invitada, ella simplemente la inventaba y la patentaba.

Mis quejas de dolor de corazón sólo obtuvieron una mirada tan huidiza como su predisposición a seguir viendonos. Sentí como mi amor se interponía entre nosotros, porque no era el amor que ella necesitaba. Entendí, el por qué no se permitía dar nunca el primer paso, no quería hacer daño. Porque sí, ella estaba hecha de cristales rotos, ella era la en un primer momento hacía que todas las brújulas giraran donde ella estuviera, pero una vez fijado el norte en ella, no hacía nada más que volverlas locas, y no había muchas brújulas que supieran amar como ella necesitaba, no había muchas pieles dispuestas a lacerarse con esquirlas de un corazón hecho de cristales rotos, pero ¿no es el amor el único que puede proporcionar la fuerza suficiente para lograr todo eso y más?. Pero esa era su maldición por tener el magnetismo de hacer girar las agujas de las brújulas hacía sí; el hacer daño sin querer a quienes la adoran.


El escritor se retira de la pantalla, mientras se enciende un cigarro, se medica bebiendo un licor fuerte y piensa en si debería de continuar la historia; él ya ha contado la "infección" y podría continuar describiendo la enfermedad, el tratamiento y la cura, pero no, decide que no conoce la cura, y describir la enfermedad es una historia de dolor, sufrimiento y recaídas que no merecen estar junto a la descripción del momento mágico que supuso el conocer a su maldita.



fin

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