Maldita (III)

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La sonrisa no se desdibujó de mi cara hasta que, pasados unos días, cuando quise reencontrarme con ella, constaté que estar en un mismo espacio y tiempo era más difícil de lo que podía imaginar en un principio. No se parecía a nada de lo que yo había vivido antes. Y no es que tuviera la sensación que ella no quisiera estar conmigo, simplemente era que su agenda era una concurrencia desbordada de citas con la vida más trepidante de la capital; no había sarao, fiesta o evento a la que ella no fuera, y además fuese esperada. Seguirla era una tarea casi imposible. Pero cuando estaba con ella, yo la sentía como fuego que se alimentaba con los celos, la rabia y el ansia acumuladas por la espera; llamas incandescentes que no se consumían porque simplemente, ya era parte de mí. El fuego estaba en mi cabeza y me hacía ver como el tejido que me recubre se ennegrecía y chamuscaba de la frustración de desear algo que no puedes poseer.

Pero los celos con ella, tampoco eran una opción y yo lo asumí lo mejor posible. Ella tenía la impertinente misión de estrujar la vida hasta su última gota, aunque para ello tuviera que renunciar a lo que ansía una persona normal. No buscaba la santa paz que buscamos todos. Pero era una "renuncia" a premeditada, pocas personas reflexionan el para que les vale llegar a una meta diseñada por las convecciones sociales. Tener mujer, tener hijos, un estatus social vender tu alma para alcanzar una estabilidad que luego te haga cobarde; y con mucha "suerte", llegar a tener miedo de perder lo que has conseguido, miedo de los cambios que solo pueden ser a peor y no darte cuenta de que si no avanzas, es porque retrocedes. Porque avanzar es la única alternativa para los malditos. Asimilar su estilo de vida fue la mayor aventura a la que me había enfrentado nunca.

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