El Momento de España - Alejandro Lerroux

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Alejandro Lerroux era el líder del Partido Republicano Radical, con una dilatada carrera en política, es varias veces Presidente de Gobierno en  coalición con la CEDA (bienio negro)  y como resultado de las elecciones que están a punto de acontecer en el momento de esta entrevista.


ALEJANDRO LERROUX
Una crítica serena y un programa
                                           razonable.
Claro, preciso, enérgico en el fondo, aunque contenido y mesurado en la forma, el alegato de D. Alejandro Lerroux, escuchado por mí con el respeto y el silencio debidos a un maestro de la oratoria política y traducido a continuación de mis notas taquigráficas, tiene el indudable mérito de un resumen de sus más acabados discursos de oposición y una síntesis de las declaraciones optimistas en cuanto al porvenir que el ilustre jefe de los radicales viene haciendo en estos últimos meses a los periodistas en los pasillos de la Cámara. Es además un esbozo de su programa de Gobierno para un mañana que pudiera llegar algún día...
—Es evidente — comienza D. Alejandro — que existe un malestar que tiene ya la forma nacional, porque penetra en todas las manifestaciones de la actividad española.
Concretar la responsabilidad en las personas es tan difícil como achacárselas al régimen. Las circunstancias, como no tienen personalidad, no pueden ser acusadas de responsabilidad.
Sería injusto desconocer que los hombres que han asumido la pesadumbre de adaptar al país las nuevas instituciones han prestado un gran servicio, afrontando todas las enormes dificultades que esa labor implica. No les ha faltado voluntad ni abnegación, ni, en general, capacidad : lo que les ha faltado es una preparación y una experiencia que no se aprende en los libros, ni en las Universidades solamente, sino que se adquiere viviendo la vida nacional en su mayor número de aspectos, conociendo todos o la mayor parte de los problemas y ,estando muy en posesión de los resortes con los cuales la autoridad ejerce su alta misión sobre las colectividades, sin necesidad de apelar a otras violencias que a las que jurídicamente están en la ley.
Yo estoy convencido de que si otros hombres con mayor experiencia hubieran dirigido los primeros pasos de la República, habrían tropezado con las mismas dificultades, pero las hubiesen eludido, por que no se hubieran empeñado, impulsados por un prurito pueril, en una carrera loca para avanzar lo más posible, expuestos a que, como les ha sucedido a éstos, les faltase el terreno bajo las plantas. No se trata ¿- llegar en los radicalismos más lejos que cualquier otro Gobierno o cualquiera otra República, sino de conquistar el mayor número de voluntades nacionales para implantar las libertades que teníamos y consolidarlas tan pronto como fuera posible.
—Mi vida, que ya es larga, es garantía de la sinceridad de mis convicciones que, en todos los órdenes, son neta y completamente radicales; pero mi conocimiento de la realidad, de la psicología de la raza y fe los problemas nuenos enlazan con otras realidades vecinas e internacionales, me habrían dictado un ritmo y una pauta para avanzar más o menos en unos problemas. según los problemas mismos y las circunstancias nue hemos venido viviendo. Todo el mundo sabe que yo soy un hombre de vida completamente laica, y el laicismo no se define por ateísmo ni por sectarismo, sino por neutralidad, que respeta todas las creencias y no permite que prevalezcan en la Gobernación del Estado ninguna Iglesia o privilegios determinados.
Pues bien: yo digo que, habiéndose acordado en la ley constitucional la separación de la Iglesia y el Estado, de ahí en adelante se ha ido demasiado de prisa, demasiado bruscamente, con muy poco tacto, con mucha falta de respeto a la conciencia ajena y como siempre sucede a los hombres que no son real positivamente laicos, atropellando, para parecerlo, con violencia pueril, creencias ajenas.
Esto ha producido un hondo malestar en el país tanto más inútil cuanto que la misma Iglesia. rendida ante las realidades contemporáneas que tienen carácter universal. no había recibido hostilmente el triunfo de la República, ni siquiera al aplicarse la separación entre la Iglesia y el Estado.
Como en materia religiosa, en otras se han guiado los gobernantes más por los epígrafes, por las portadas y por el afán de parecer, que por el de ser, y así ha ocurrido con la Reforma Agraria, de la que yo dije al anunciarse que era labor para varias genera-
dones, suscitando el sarcasmo y la ironía de los que creen, a pesar de titularse laicos, en los milagros de la revolución y en que las evoluciones pueden hacerse por síntesis improvisadas.
Más daño ha hecho a la economía del país el anuncio de la Reforma Agraria tal como se propaló y como sirvió de argumento en las propagandas de los indiscretos, de los inconscientes y de los ignorantes, que el texto mismo de la ley Agraria y, por fin, se ha venido a parar en lo que yo dije desde el principio: en que ésa es una reforma, una transformación que lleva aparejada como indispensable complemento la de todo un sistema jurídico que afecta a las leyes de propiedad, hipotecaria y del registro, que exige la creación de escuelas especiales, la fundación del crédito agrícola, la formación de Cooperativas de producción y de consumo, y al mismo tiempo una política de expansión comercial, que exige de paso otra transformación también muy honda en nuestro sistema diplomático y consular. Porque si no estudiamos los mercados extranjeros y no procuramos introducir en ellos nuestros productos, la superproducción que una reforma agraria habría de traer consigo, necesaria e indispensablemente no podría ser objeto de exportación.
Con todas estas improvisaciones y estas reformas, desarrolladas con un, ritmo a veces de locura, lo que se ha conseguido es sembrar primero una excesiva confianza en el paraíso terrenal conquistado por la república y luego la efectividad del retraimiento de
capitales y de iniciativas privadas, que ha sustraído a la economía nacional medios y acciones en todos los órdenes. La desgracia engendra la desesperación en las muchedumbres campesinas que, reacionando violentamente en muchos sitios, no han encontrado el tope de la autoridad apoyada en la ley y actuando con energía, sino la impunidad para lo que eran crímenes, que se vestían con el nombre de esfuerzos revolucionarios, y una ausencia completa de puniciones para toda clase de delitos.
De las alturas no ha descendido nunca el abrazo fraternal sino con la hoz en la mano amenazando segar la cabeza de todos aquellos cuyos delitos se reducen a ser propietarios; no se ha tenido la ductilidad, el tacto, el espíritu cordial que son indispensables acompañantes en épocas de transformación política, ni siquiera la energía oportuna para reprimir las violencias de los que, ayunos de todo sentido moral, al socaire de estas inevitables perturbaciones, las explotaban o pretendían explotarlas en provecho propio.
De ahí la indisciplina social, la relajación de todos los vínculos que constituyen un estado jurídico de menosprecio a todas las autoridades y, por último, la situación de disgusto general a que hemos llegado, hasta el extremo de que los ganados por el pesimismo temen por la existencia de la República.
—¿...?
—Yo no abrigo ese temor. Sé que un sencillo cambio de Gobierno y un golpe de “gobernalle” para enderezar el rumbo con otras orientaciones bastará para reconquistar en buena parte la confianza de todas las clases sociales. Y restableciendo el imperio de la ley sin contemplación alguna que suponga claudicaciones, se llegará a un estado de convivencia que permita en lo futuro gobernar el margen de tiempo necesario para desenvolver una política que reconcilie a la República con todos los desafectos.
El pueblo ofrece a cada paso muestras de descontento de la República, y hay no pocos espontáneamente inconciliables, pero la torpeza consiste en aumentar ese número, convirtiendo en enemigos a los que, convenientemente tratados y atendidos, se hubiesen fácilmente transformado, primero en aliados y después en convencidos servidores de las nuevas instituciones.
—Yo pienso que un futuro gobierno ha de expresar su propósito de conciliación nacional, teniendo en él representación el mayor número posible de fracciones republicanas, porque en mucho tiempo no podrá haber gobiernos de partido, puesto que, además, no hay partidos que nacionalmente merezcan ese nombre, fuera del que yo tengo el honor de dirigir.
Pienso igualmente que la labor a que habrá de aplicarse ese gobierno será la de apaciguar los ánimos y restablecer en la mayor medida posible el orden. El gobierno que se forme habrá de encaminarse a desarrollar, a la vez que el crédito público se encauce, la exportación a España de capitales, un sistema de obras públicas que está necesitando indispensablemente nuestro país, que de lo que primeramente adolece es de falta de comunicaciones materiales y espirituales, por lo que nos desconocemos los pobladores de unas y de otras comarcas, y se hace muy difícil el intercambio de productos por la dificultad de los transportes; hay una enorme riqueza en nuestro sistema hidráulico que es necesario aprovechar, civilizándolo, para la producción de una red nacional de energía eléctrica que fácilmente aliviará el trabajo, que dejará de ser un castigo, creará numerosas industrias y contribuirá a la industrialización de la agricultura.
-¿...?
--La trascendencia de estas ideas epigráficamente expuestas ha de ser, a juicio mío, tan considerable, que ello sólo basta para dar trabajo político, económico y social a toda una generación de gobernantes. España tiene, a juicio mío, y sin caer en lirismos disparatados, un magnífico porvenir tan pronto como un acuerdo internacional normalice las relaciones económicas, porque la economía de nuestro país, afortunadamente virgen en muchos aspectos, se halla en condiciones de emplear el trabajo de una población bastante más densa de la que expresa el último censo, cuyos números se han publicado en la Prensa.
Si yo tuviese la desdicha, o la fortuna, de asumir la responsabilidad ale gobierno de mi país, que ha sido legítima y noble ambición de gran parte de mi vida, pero que no es condición indispensable de mi existencia, adscrita a la República—dice como optimista
colofón el señor Lerroux--, yo había de condicionar mi actividad principalmente a los fines que acabo de exponer, y estoy seguro, conociendo el alma de mi raza y de mi pueblo, que todas estas dificultades, que como expresión de hostilidad política se anuncian, cederían ante el conocimiento de la nobleza de la intención y de la practicidad de los medios a que para realizarlos había de apelar.
El Momento de España (pág. 35)
El Momento de España (pág. 36)
El Momento de España (pág. 37)
El Momento de España (pág. 38)
El Momento de España (pág. 39)
El Momento de España (pág. 40)
El Momento de España (pág. 41)
El Momento de España (pág. 42)

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