El Momento de España - JOSÉ MARTÍNEZ DE VELASCO

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JOSÉ MARTINEZ DE VELASCO es el jefe de la minoría Agraria en el congreso de los Diputados en 1933, posteriormente, llegó a ser ministro durante el Bienio Negro. Enrique Mariné le hace esta entrevista para su libro "El Momento de España".

Fue asesinado junto a muchos destacados políticos y militares en el asalto, realizado por milicianos, a la cárcel modelo de Madrid el 22 agosto de 1936. FOTO: ABC
 

 

JOSÉ MARTINEZ DE VELASCO

Una política de mutuas transacciones pacificaría los espíritus...
Don José Martínez de Velasco, jefe de la minoría agraria del Congreso, ha deferido también amable a mi ruego.     
Y brevemente, como cumple al propósito que me impulsa, con absoluto dominio de la palabra y prometiéndome que no velará su pensamiento, va contestando a mis preguntas...


—Quiere usted decirme cómo ve la situación actual de España?
—Como premisas indispensables tengo que sentar la forma cómo se produjo en España el advenimiento del nuevo régimen : un movimiento vigoroso de la ciudadanía, manifestado en las elecciones del 12 de abril, substituyó la Monarquía por la República, y la equivocación verdaderamente fundamental en que. a mi juicio, han incurrido los hombres del Gobier- no, que, olvidando este antecedente, realizan una política enteramente encaminada a dar satisfacción a determinadas tendencias, que no fueron las únicas colaboradoras en el advenimiento.
A la crisis económica mundial había de agregarse el trastorno producido por los instintos revolucionarios de quienes, poco conscientes de su responsabilidad, se dedicaron a alucinar cerebros incultos con predicaciones que en algunos lugares han llegado a ocasionar verdaderos delirios de anarquía. Y en estas condiciones se acomete la magna obra de la reforma agraria, que no ha respondido a las exigencias y demandas de la opinión, ni tampoco a lo que tendrían derecho a solicitar quienes. viviendo todavía en un régimen individualista, no podían admitir que, violentamente y sin transición alguna, se llegase a socializar la propiedad. Mi impresión personal es que esta reforma, por esas razones y por otras que apuntaré, no ha de tener eficacia acaso como motivo fundamental, porque no va a crear nuevos propietarios, sino que lo que quiere y simplemente va a realizar es la destrucción de los que en realidad existen.
Mientras en todos los países, a partir del año 1930, se ha procurado por todos los medios posibles y con verdadera energía llegar a la deflación de los gastos, aquí se ha seguido la política opuesta, y los dos presupuestos de la República, a más de contener ur considerable aumento en la dotación de todos los servicios, aun de aquellos que. como los de Clases pasivas, no son susceptibles de producir ningún rendimiento, se han presentado al Parlamento con déficits que, sumados, ascienden en este momento a la cifra de mil millones de pesetas, y acaso habrán de superarla al llegar a la liquidación de los mismos.

Constituye para mí un motivo de honda Preocupación el pensar cómo se podrá atender a las nuevas necesidades creadas, pues por la depresión económica producida en todo el mundo y que ha de alcanzarnos a nosotros, siquiera no sea con igual intensidad, y por la forma poco cuidadosa como se han tratado problemas verdaderamente fundamentales y que afectaban a la economía del país, los ingresos no serán seguramente los calculados, sino muy inferiores.

Y lo primero que se necesita es inspirar a todos aquellos que tienen que contribuir la esperanza alentadora de que el dinero que aportan para levantar las cargas públicas no ha de ser malbaratado, y que han de encontrar en la autoridad el amparo indispensable para que sus negocios se puedan desenvolver normalmente dentro de la órbita de la ley, sin que cada día les traiga una incertidumbre y cada hora una inquietud acerca de cuál será el rumbo que en definitiva se tome.
Esto lo afirmo porque, a fuerza de repetir que estamos en un período revolucionario, no ha habido hasta e/ presente interés alguno que no haya sido desconsideradamente herido. Y aquellos derechos conquistados que siempre tuvieron, guando menos, un amparo mínimo, han sido desconocidos o negados a toda hora a pretexto de que había que acabar con todo lo que había servido anteriormente de base, de cimiento para nuestro propio desarrollo económico.

El Sr. Martínez de Velasco calla unos instantes. Parece indicarme con el gesto que ha terminado esa breve exposición de antecedentes que consideró precisos, y yo aprovecho esta pausa para dirigirle una nueva pregunta:

—¿Cómo cree usted que pueden enmendarse los yerros y remediarse los trastornos, sin violencias?
—Para todos los que sentirnos la responsabilidad del Gobierno lo fundamental es que las propagandas que han de realizarse lo sean dentro de la más estricta legalidad, pero al mismo tiempo mantenidas con decisión y energía, para que los errores apuntados lleguen a rectificarse, con el convencimiento de que al hacerlo no se procede con incomprensión ni por sectarismo, sino respondiendo al cumplimiento de deberes que exige el propio desenvolvimiento de la vida nacional.

Es preciso, en primer lugar, mantener a todo trance el principio de autoridad, porque acaso los ma- yores trastornos que se han producido y que estamos lamentando estriban en aue el Poder se ha ausentado muchas veces, y ello ha sido causa de la falta de aquel ambiente de respeto que es condición indispensable para que la actuación del Gobierno tenga la debida eficacia.

Es menester también que todos, los de arriba y los de abajo, se convenzan de que la ley tiene que alcanzarles y serles aplicada con igual energía, y nue desprendiéndose de toda clase de erzoísmos consideren para ello que el deber primordial de todos es trabajar, aun a costa de su sacrificio, por el engrandecimiento de la Patria. No deben ampararse los excesos y demasías de los que poseen bienes en abundancia frente a los que carecen hasta de los medios indispensables para atender a las necesidades más apremiantes de la vida, ni se puede tampoco estimular los instintos y apetitos de quienes estiman que la hora presente está caracterizada por la disolución de todos los principios que han sido cardinales en nuestra sociedad y que deben destruirlos, muchas veces sin provecho ni beneficio alguno positivo.

Es menester asimismo que todo el mundo piense en la necesidad de cumplir con el deber elemental de ciudadanía de intervenir en la política, que es un arte noble cuando se consagra, como la mayor parte de las veces sucede, a procurar el engrandecimiento de los pueblos. Porque la ausencia en el ejercicio de todos estos deberes trae en muchas ocasiones el hecho doloroso de que los más osados o los más inconscientes prevalezcan sobre aquellos que con verdadera responsabilidad hubieran podido dar solución a los problemas que se plantean.

En una palabra, estimo que la situación es delicada y que para salir de ella se necesita el concurso de todos con abnegación y con sacrificio. Y no hay que pensar en establecer cotos cerrados, que por encima de las formas de Gobierno está España, y al laborar por ella se cumple con el más elemental de los deberes que impone el patriotismo. lo aprecian así---pregunto ---encuantas regiones ha recorrido usted en sus incesantes viajes de
propaganda? ¿Cuál es la verdadera opinión en las provincias españolas?

—No creo descubrir un misterio--contesta el jefe de los agrarios—, porque está en la conciencia de todos, que la política del Gobierno Azaña no sólo carece del asentimiento del país, sino que además suscita y ha suscitado en muchos sitios la más enérgica repulsa.
En las propagandas constantes que como jefe de la minoría agraria he realizado, y en las que me ha sido permitido ponerme en contacto con una opinión no esclavizada por ninguna clase de egoísmos, he podido percibir la inmensa preocupación que a ella le produce el momento presente.
Gobernando por exigencias naturales de la composición de la Cámara bajo el imperio predominante del elemento socialista, se ha prescindido de la colaboración de otros que pudieran haber servido de contrapeso a los abusos de una política que no deja de ser legítima, porque encarna un ideal respetable. pero que indudablemente ha sido perturbadora.

La realidad nos enseña con elocuencia incomparable la exactitud de esta afirmación. Cuando se eligieron estas Cortes, todos los republicanos, sin distinción de matices, constituyeron un frente único, que duró el tiempo preciso para que pudiera aprobarse la 'Constitución ; pero después las diferentes maneras de apreciar los problemas y las exigencias de la ideología de cada uno hicieron que aquel conglomerado desapareciese y que se produjera el fenómeno, hoy bien notorio, de que el Gobierno cuente con una mayoría, pero con una oposición al mismo tiempo tan grande como aquélla, si se incluyen los abstenidos, y que, de perdurar las circunstancias presentes, ha de esterilizar por completo toda labor. Porque en estos momentos me asalta la duda de que el presidente del Consejo pueda contar con los elementos necesarios no para colocarse con decisión frente a todas las minorías republicanas coaligadas, sino para cumplir la misión principal de hacer leyes que deben tener los Parlamentos.
Y esta realidad nos demuestra de manera evidente que las mismas escisiones que .se descubren en los sectores republicanos se han producido en el país. Esto sin contar con que los elementos de derecha, profundamente agraviados por las determinaciones que en materia tan delicada como la religión se han tomado, no se encuentran propicios a prestar su asistencia a quienes, en cumplimiento de lo que ellos estiman una obligación, están ejerciendo las funciones de Gobierno.

Para mí es indudable que esta situación no :s puede prolongar; pienso que cuando termine habrá, de sobrevenir forzosamente la disolución de las Constituyentes, y al llegar este instante, si las elecciones, como es de esperar, se hacen con limpieza y honestidad presumibles para que las diferentes opiniones se expresen y se produzcan sin riesgo, las nuevas Cortes serán totalmente distintas de las actuales, y entonces creo yo que eh único medio hábil para rec-
tificar los errores en que hubiera podido incurrirse sería el de constituir un Ministerio de concentración de todos los elementos predominantes en la Cámara, y que tendría, entre otras, la ventaja de poder imponer la autoridad para resolver problemas que, aunque parecen hoy resueltos, sun motivo de inquietud espiritual para la mayor parte de los españoles.

—¿Y no cree usted posible—interrumpo—que antes de ese momento venza el secreto designio socialista de constituir un Ministerio homogéneo o, por 'el contrario, que se imponga aquí la reacción contra el marxismo que se acusa vigorosa en el centro de Europa?
—No, porque las Cortes que se elijan han de estar seguramente divididas en muchos más grupos de los que consttuyen las actuales, y como, por exigencias de la Constitución tienen que vivir un período de cuatro años, habrán de buscarse soluciones de Gobierno en armonía de las fracciones con suficiente número de diputados para gobernar dentro del Parlamento.
Mi opinión personal es que ni los socialistas ni los radicalessocialistas traerán la vez próxima a la Cámara la cantidad de diputados que hoy parecen adscritos a sus diferentes ideologías, y como las otras representaciones han de resultar mucho más atomizadas, siquiera alguna de ellas crezca en proporciones considerables, no será posible que gobierne un solo partido y habrá de buscarse, con transigencias recíprocas, el concurso de varios elementos, que cons tituirán seguramente un freno para los extremismos.

No temo yo, por tanto, que con las nuevas Cortes se pueda realizar una política socialista, o radicalsocialista, ni siquiera una política de derechas en toda su integridad, y habrá de buscarse, repito, la solución en el término medio. Estimo, sin embargo, que en este término medio, en que los excesos y demasías de los unos se contrarresten, 'imitándolos con los de los otros, puede encontrarse seguramente la manera de dar a España lo que España merece: una política de transacciones y de concordia, que realice sobre todo la obra magna de pacificar los espíritus, primera de las condiciones necesarias para que los pueblos sean medianamente venturosos.




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