El Momento de España - Miguel de Unamuno



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Miguel de Unamuno es el paradigma del intelectual comprometido de la España de los años treinta que no encuentra su sitio. Vehemente, se enfrentó a la dictadura de Primo de Rivera, contra la República y poco después de haber aportado 5000 pts. para la financiación rebelde del Golpe de Estado, contra el regimen de Franco en la famoso enfrentamiento con Millan-Stray el 12 de octubre de 1936.



En esta entrevista de 1933, perteneciente a al Libro El Momento de España, pronuncia muchas frases que podrían ser calificadas de proféticas.











MIGUEL DE UNAMUNO
No creo posible una restauración mo-

nárquica, que no resolvería nada;

pero, además, en España no hay sen-

timientos republicanos ni monárqui-

cos. ¿ Se podría saber qué es eso de

República aquí?


Una conversación con el Sr. Unamuno es para el periodista un honor que el eminente catedrático no suele prodigar. Don Miguel me ha confesado hoy que acostumbra a recibir en la puerta a los corresponsales de la Prensa extranjera, que a menudo le asedian con preguntas inoportunas.



Claro es que, al solicitar esta interviú, yo sabía todo esto: sabía que el insigne maestro tiene siempre el justificado recelo de que sus palabras no se interpreten bien y la aversión a sujetarse a los interrogatorios impertinentes.



Y me había prometido a mí mismo limitarme a escucharle con la máxima atención y retener lo mejor que pudiese sus sorprendentes paradojas...



¡Ah! Pero yo no he visitado a D. Miguel de Unamuno para registrar con morboso regocijo sus discrepancias con los hombres de la Revolución, sino para oír con el recogimiento del alumno que quisiera ser aventajado la voz d'el pensador que, al hablar de las problemas actuales de España, enjuicia, define, interpreta y sugiere.



Y el primero que toca es el religioso, para declarar que sus mayores preocupaciones fueron siempre estas cuestiones: él es religioso por inclinación natural de ánimo, por temperamento.

—Al hablar del sentimiento religioso en España --me dice habría que preguntar antes qué se entiende por sentimiento religioso. No pueden saberlo los que confunden la religión con un substitutivo de la Guardia civil, ni aquellos que, como D. Melquiades Alvarez, la califican de freno de las pasiones. Esto último, según en qué sentido, y, en todo caso, para las pasiones del vulgo, que sólo sabe contenerse con el temor. Hay, si, un freno para las pasiones, pero no en ese sentido, y es que cuando se le da a la vida una finalidad trascendente hay una porción de pasiones que se doman por eso, pero no por temor ni por amor.



El problema religioso tiene también un aspecto económico, que en una de sus fases es el de la enseñanza. En primer lugar, se cumple en éste como en tantos otros casos la ley de Malthus. El exceso de población ha traído el incremento de religiosos profesos, y prueba de ello es que en las épocas en que la emigración aumenta disminuyen las profesiones, lo mismo que con la extensión dé las carreras cortas se reduce el contingente de seminaristas.



Pero luego ocurre algo más en este orden, y es la aplicación de los religiosos a las funciones pedagógicas. El pedagogo fué siempre un esclavo desde los tiempos de la decadencia romana. Y el fraile, en la época moderna, ha venido a llenar la misión de aquellos pedagogos. Generalmente, no enseñan nada, pero vigilan todo el día a los chicos, les toman las lecciones, o hacen que se las tornan..., y todo por muy poco dinero. Un catedrático de Instituto, obligado a ocupar todo el día en la enseñanza, costaría él solo tanto como un convento.



Y además, esta substitución es un peligro. El Estado, para competir con la enseñanza de los religiosos, que, a su vez, han ido perfeccionando sus establecimientos, tendría en esa competencia un estímulo para mejorar la que se da en los suvos. El Estado, como dispone de más medios, puede hacerlo mejor. pero necesita de esta competencia...



Habría que mantenerla hasta para estímulo de la Iglesia (y el Sr. Unamuno, saltando de improviso de una a otra materia, sostiene que el Estado español no estuvo nunca influido por la Iglesia, sino, al contrario, que fué la iglesia romana la sometida a los caprichos del Estado español), habría que mantenerla porque, con ese estímulo, los religiosos habrían tenido que enseñar mejor.



Y aquí el ex rector de Salamanca me refiere una anécdota de sus tiempos de rectorado. Y es que una vez se le quejó el Obispo de aquella diócesis de que algunos maestros no querían enseñar el catecismo en las escuelas. "Y yo le dije—prosigue--: pues que lo enseñen los curas, que tienen el deber y el derecho de enseñarlo"; pero no querían: les resultaba rne. cómodo culpar a los maestros de negligentes. "Además--dije al Obispo—, esto va a tener una consecuencia, y es que cuando los curas vayan a enseriar el Catecismo lo aprenderán ellos, que buena falta les hace..."



En otro inciso, D. Miguel me dice: "En España no hay sentimientos republicanos ni monárquicos. ¿Se podría saber qué es eso de República aquí? Cuando vino la República, los mismos que se pusieron en primera fila se preguntaron: "¿Y esto qué es? ¿Y ahora, qué hacernos con esto?" Y como no habían hecho una Revolución, tuvieron que provocarla, sin lograr hacerla, porque una Revolución tiene que salir de dentro; y mientras, hicieron una Constitución. ¿Qué es esto, pues : una Constitución revolucionaria o una revolución constitucional ? Mientras están provocando la Revolución, hacen una Constitución para poner diques, dictar normas jurídicas y señalar encauzamientos a la Revolución, para tener luego cine saltar por encima de esos obstáculos...

No---dice a continuación el Sr. Unarnuno--, no han sabido darse cuenta del estado del país. Lo mismo les pasa a los que todo lo subordinan al cambio de régimen: otro cambio ahora, ¿ para qué? Cada uno interpreta la opinión a su manera.



Y otro tanto acontece a los socialistas con sus masas. Esa gente de Extremadura y de Andalucía no sabe prácticamente qué es lo que quiere : se advierte que lo que apetece es estar mejor o, acaso, satisfacer ciertas pasiones. No quiere el régimen colectivista. Desea reparto de riqueza, no precisamente de propiedad. Tienen esos campesinos un sentido bastante claro de que si labran la tierra por su cuenta no obtendrán el jornal que les da el empresario, porque, sobre la técnica del campo hay una cuestión mercantil y otra industrial.

Y hay luego algo que no es de Economía Política, sino de Economía natural, y es la diferencia de calidad de las tierras. El problema que resolvió el Cid llevándose a Valencia a los labradores de la meseta castellana: ¿A echar a los moros de allí? No, a trabajar aquellas tierras, que eran mejores que las suyas...



... Y, además, pasará esto: que al arruinarse el terrateniente, el Estado tendrá que asumir el papel del capitalista, y entonces el intermediario, el rentero o el colono, será el funcionario, que es lo que sucede en Italia, lo que acontece en Rusia : esto es, la política de funcionarios, con lo cual la nuestra no será una República de trabajadores, sino una República de funcionarios de todas clases...



... "¿Qué partidos se señalan aquí?", me decía un extranjero, poco después del advenimiento de la República. "Pues, mire usted, le contesté: se señalan dos partidos, el de los funcionarios y el de los parados : el de los ocupantes y el de los aspirantes."

Una espontánea alusión mía al problema de la cultura da pie al maestro para estas apreciaciones personalísimas:



—El mal que ahora aqueja a la humanidad es el cansancio. Hay necesidad de paz, de reposo. La gente no tiene tiempo de consumir todas esas producciones de tipo Ford, no tiene tiempo de consumir ' Ideas; se ve obligada a tragarlas, pero no las digiere, y enferma. Vamos a una nueva Edad Media en todos los aspectos : en el económico, en el de la Cultura : hay que simplificar la vida, hay que reducir todo a una producción más modesta en el comer, en el vestirse, hasta en el pensar. No hay tiempo...



La joven generación, por fenómenos de herencia, es de una terrible excitabilidad ; ha nacido cansada, como que ha sido engendrada en los años de la guerra. Para ella la vida está vacía de finalidad, busca excitantes y sueña con imposibles heroísmos.

Y otra digresión sobre las apreciaciones superficiales lleva al maestro a esta reflexión a propósito de los socialistas:



—Las mayorías, cuanto más compactas, son menos conscientes. Y nuestros socialistas no pueden llamarse marxistas. Carlos Marx, el que dijo: "Proletarios de todos los países, uníos", no puede ser apóstol de nuestros socialistas, a cuyos dirigentes hemo,, oído negar que ellos profesen el ideal de la lucha de clases. Lo cual, tanto puede querer decir que no creen que esa lucha .de clases es la salida del actual estado económicosocial, cuanto que no quieren esa lucha. sino la enuiparacién de clases, si es que esto puede tener solución, porque la Historia es una revolución permanente, y en cuanto se resolviera, se habría acabado.



Ahora los socialistas empiezan a darse cuenta de la verdadera situación. Se engañaron cuando creían, porque estaban un poco mejor organizados que las demás fuerzas políticas, que ellos contaban con grandes masas.



Ahora ven que una gran parte de la masa con que creían contar está realmente contra ellos. Y temen que, en las circunstancias actuales, unas elecciones generales significarían para ellos la pérdida de muchos puestos en el Parlamento. Pero, además, los votos femeninos con que creían contar como un refuerzo que serán adversos, no porque estén sometidos a la Iglesia, sino porque la mujer, más que clerical, es conservadora: tiene un concepto más justo que el hombre de la continuidad, de la tradición, pero no en el sentido clerical, sino en el de la costumbre, y una aversión innata a la violencia. Todas las mujeres tienen algo de Santa Teresa : no las maneja el confesor; son ellas las que manejan a sus confesores.



Y ahora, ¿qué sucederá aquí?, dice D. Miguel. Y yo, para terminar en su obsequio una conversación que, por mi gusto, no interrumpiría, elijo como final de la interviú el vaticinio con que el maestro va a contestar a su propia pregunta.



—Puede suceder—concluye—algo parecido a lo que ocurrió en Portugal. (No creo posible una restauración monárquica ; no serviría para nada ; no resolvería nada en ningún sentido.) El cambio significará sólo una vuelta a la derecha, un nuevo ritmo, es decir, un poco al estilo de lo que muchos llaman fascismo. El pueblo irá digiriendo las reformas, pero no por ello habrá terminado la revolución...



El Momento de España (pág. 19)

El Momento de España (pág. 20)

El Momento de España (pág. 21)

El Momento de España (pág. 22)

El Momento de España (pág. 23)

El Momento de España (pág. 24) BlogBooster-The most productive way for mobile blogging. BlogBooster is a multi-service blog editor for iPhone, Android, WebOs and your desktop

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