El Momento de España - Ángel Ossorio y Gallardo

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En esta entrevista de 1933, perteneciente a al Libro El Momento de España, si la leen, podrán constatar  que Ossorio  y Gallardo lanza críticas a todas las ideologías políticas, y pronuncia frases que podrían ser calificadas de proféticas (ya sé que me repito, pero... ), ahí va una muestra:
—¿Ve usted un peligro para la República en cualquier Gobierno que se incline hacia el sector de la derecha?
—Por ahora, sí. Y mis razones son estas:
Porque ninguna de las derechas actuantes tiene criterio social, y hoy no se puede estar en política sin pensamiento preciso en tal materia.(...)
Porque las masas izquierdistas se juzgarían defraudadas si adviniese un cambio prematuro, cuando la política de izquierda apenas ha empezado a balbucear. La decepción provocaría un contragolpe, cuyo alcance no es fácil calcular, con daño, naturalmente, de los intereses conservadores del país.

Ossorio y Gallardo fue Maurista y fue Gobernador Civil de la provincia de Barcelona en la Semana Trágica (1909), en donde opto por una oposición contraria a la intervención del ejercito. El Historiador Javier Tusell, en su libro Historia de España del Siglo XX,  le  define como moderado, él en esta entrevista,  se define como liberal, pero ante todo, fue un republicano hasta el final.


ÁNGEL OSSORIO Y GALLARDO
Don Angel Ossorio y Gallardo pide
una política limpia y pública, respeto
a la libertad, igual para todos los
españoles, y otras bellas realidades.
El modesto informador que colecciona estas impresiones os ofrece en las páginas que siguen las que ha tenido la atención de comunicarle el Sr. Ossorio y Gallardo, siempre periodista y siempre deferente para los compañeros, por humildes que sean. Y el que hoy se ha permitido interrogarle, y no se atreve a agregar ni una línea a la limpia prosa del que considera su maestro en leyes y en letras, ni siquiera puede llamarse reportero.
Quizá las impresiones de este político original hubieran sido más interesantes sin ajustarse al marco de un cuestionario; pero el ilustre abogado prefiere que yo le interrogue, y así, comienzo por la que es hoy obsesionante preocupación en cualquier lugar donde se discuta la candente cuestión política:
—¿Ve usted peligro en un avance excesivo del programa socialista? ¿ Pueden hoy constituir Gobierno los socialistas?
—Lo del peligro..., según para quién. Un burgués petrificado, un capitalista impermeable, un rentista de oficio ven peligros por todas partes, y la más pequeña conquista de la justicia social se les antoja empeño demoledor.
No hablo para esos que, naturalmente, no pueden entender estas cosas aunque se lo propongan, sino para aquellas otras personas de disposición mental suficiente a discurrir con imparcialidad.
Son características de este dramático tránsito de una etapa a otra de la Historia : la mudanza de los valores sociales, mediante la colocación del trabajo en fiel lugar preferente que antes ocupaba la riqueza; la tendencia a hacer colectivos los elementos de producción y de comercio ; y la actuación compresora de las grandes masas. Dentro de estas realidades hemos de discurrir y movernos todos. No vale cerrar los ojos.
Lo primero—la primacía del trabajo—me parece excelente. ¡Todo por el trabajo y para el trabajo! es un bello grito de combate. Definir nuestro actual estado político como "una República de trabajadores" es un símbolo acertado. Lo que me pasma es que combatan esa definición y esa orientación gentes que se titulan católicas. Porque, si no estoy mal informarlo, al trazar Dios el destino del hombre le dijo: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", y no "con, el sudor de la frente de tus colonos", ni tampoco "con el corte del cupón de tus rentas", ni mucho menos "especulando en Bolsa o comprando tierra por fanegas para revenderla por palmos o pies".
Lo segundo —colectivización de los elementos económicos—y lo tercero—presión de las masas  está bien en cuanto sean compatibles con la libertad del individuo. En ese punto veo el tope donde acaba la evolución legítima y comienza la tiranía comunista.
Un liberal—y yo no soy más que un liberal—no pue. de ver con agrado el comunismo, sino que ha de luchar contra él perseverantemente.
La combinación de ambas tendencias me parece justa y sencilla. Veamos unos ejemplos que evitarán muchas explicaciones:
¿Pueden el Estado o el Municipio nacionalizar una mina o municipalizar un ferrocarril? Sí, cuando eso convenga al interés común, y sin que ello estorbe la posibilidad de que los capitalistas particulares exploten otras minas u otros ferrocarriles.
¿Es bueno municipalizar los solares inedificados de toda una ciudad ? Sí, en cuanto se pague a los propietarios, cuando la municipalización se lleve a cabo, el valor justo de la tierra en el momento de ser decretada aquélla. Porque así el dueño recibirá el precio verdadero de su solar y no se lucrará con el aumento de valor que reciba la finca por los progresos de la urbanización, que no se deben al propietario, sino al esfuerzo económico de todos los vecinos.
¿ Es admisible que el Estado instituya la enseñanza como empeño nacional, en el sentido religioso o laico que tenga por conveniente? Sí, perfectamente admisible, a condición de no cohibir la libertad de los ciudadanos para crear otros establecimientos docentes de cualquier sentido ni la de llevar los hijos a la escuela que mejor les plazca. Estado fuerte, sí. Estado absorbente de la familia y de la libertad, no.
En cuanto a que los socialistas constituyesen hoy Gobierno me parecería una temeridad, porque no lo consienten ni el número de sus adeptos, ni el nivel de la educación colectiva, ni la idiosincrasia individualista española. Tan absurdo es, que ni ellos mismos lo pretendían hasta hace muy poco. Pero, en fin, tal maña se pueden dar nuestras derechas, que acaben por implantar ese gobierno. Si se obcecan en combatir con malas armas una República moderada y no tienen bastante fuerza para imponer el fascio... conseguirían traer el comunismo.
—¿Pero es que hay realmente en España una acción comunista?
—Lo ignoro. Sólo sé lo que cuentan periódicos y folletos, y con eso no basta para formar opinión. Juzgo el comunismo incompatible con nuestro temperamento individualista. Por eso me parece que cobra más fuerza y marcha más rápidamente el anarcosindicalismo. Mas no cabe discurrir de ligero y sin datos sobre materia tan ardua. Quizá España cambia de entrañas sin que nos demos cuenta. La formidable disciplina socialista parecía imposible hace diez o doce años, y, sin embargo, es una realidad que todos palpamos.
—¿En cambio cree usted sinceramente que hay un movimiento de derechas?
—Creo que hay muchos movimieritos de muchos grupos que se titulan de derecha. Pero más importante que catalogarlos sería definir la derecha. ¿Qué .es una derecha en España? ¿El integrismo? ¿El capitalismo? ¿El quietismo? ¿El sentimiento religioso? ¿La afición a la dictadura? ¿El republicanismo que se resigna al cambio de la corteza del Estado con tal de que no se toque de verdad a la íntima trabazón de la sociedad espafiola ¿El aristocratismo, que deja tarjeta en la embajada alemana cada día que Hitler hace una barbaridad, es decir, todos los días? ¿El monarquismo sin más alcance que una restauración?

De todo ese abundantísimo muestrario hay ejemplares en España. Pero yo no los reputo derechas. Son gentes que echan leña al fuego que pretenden apagar.
La derecha que he concebido siempre habría de tener estas dos substancias: el sentido liberal, como le definió D. Antonio Maura, y el programa de evolución social de la democracia cristiana. Pero ¡vea usted qué desgracia la nuestra! Entre nuestros buenos y limpios elementos conservadores, los liberales no conciben la reforma social, y los demócratas cristianos no son liberales.
—¿Ve usted un peligro para la República en cualquier Gobierno que se incline hacia el sector de la derecha?
—Por ahora, sí. Y mis razones son estas:
Porque ninguna de las derechas actuantes tiene criterio social, y hoy no se puede estar en política sin pensamiento preciso en tal materia.
Porque siendo las Cortes de izquierda no podría gobernar con ellas un Ministerio conservador.
Porque no es recomendable la disolución de las Cortes ni el cambio de Gobierno. Lo más conservador que tiene esta República es la estabilidad de sus órganos. Quienes muestran prisa por el cambio facilitan—acaso sin proponérselo—la repetición de 1873 y la paviada.
Porque las masas izquierdistas se juzgarían defraudadas si adviniese un cambio prematuro, cuando la política de izquierda apenas ha empezado a balbucear. La decepción provocaría un contragolpe, cuyo alcance no es fácil calcular, con daño, naturalmente, de los intereses conservadores del país.
Cada cosa a su tiempo. Por ahora conviene agotar las posibilidades izquierdistas de esta Cámara, a la que deseo los cuatro años de vida legal. La derecha debe entrar a gobernar cuando realmente exista y cuando lo reclamen la necesidad y la oportunidad.
—¿Pero será esto posible, y en todo ese tiempo podrá España vivir apartada de las luchas entre comunistas y tascistas?
—Ni España ni pueblo ninguno puede substraerle a los fenómenos universales. Agitada está por ambas corrientes, y aún ha de estarlo más. Pero ello no quiere decir que fatalmente haya de ser pasto de una o de otra. Lejos de creerlo así, pienso que España va ganando día tras día (por su pulcritud política, por su expansión cultural y por su claro juego internacional) una fuerza moral considerable que la pueden permitir una noble y eficaz actuación frente a ambos extremismos y en defensa de la paz mundial. Todo depende de que los españoles, en lugar de dejarnos arrastrar a uno u otro lado, tengamos la ilusión y el
Rectificación de los extravíos antijurídicos que la. República viene padeciendo y, por consiguiente, devolución al Estado de la autoridad que hoy tienen secuestrada los partidos políticos; cesación de las funciones gubernativas arbitrarias; respeto a la libertad, igual para todos los españoles; ordenación jurídica y aquietamiento espiritual del país. La ley es el mejor sedante.
Continuación de la obra parlamentaria para hacer, cuando menos, las siguientes leyes:
La de Orden público.
La del Tribunal de garantías.
La de Arrendamientos rústicos.
La Electoral.
La de Organización y funciones judiciales. La de Régimen local.
Perseverancia entusiasta y ardorosa en cuatro tareas de la República: la cultural, la de reforma agraria, la de riegos y la del pacifismo internacional.
Y—lo repita—agotar el plazo legal de las Cortes, cambiando durante él lo menos posible de ministros.
Hecho esto, en junio de 1935 volveríamos a hablar. ¿No me ha preguntado usted por mi ilusión?

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