El Momento de España - Santiago Alba

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Santiago Alba era un político y periodista Liberal de larga treyectoria en el sistema de la Restauración. Durante la Dictadura de Primo de Rivera se exilió en Francia aunque regresó en 1930 y rechazó dirigir un gobierno tras la caída del general Dámaso Berenguer. Posteriormente, tras el golpe de Estado que dio lugar a la Guerra Civil en 1936 volvió a exiliarse, en esta ocasión en Portugal de donde regreso en 1945 apartándose definitivamente de la vida política.


SANTIAGO ALBA
No más gobiernos de aficionados ni más retórica detonante.

Mi conferencia con el Sr. Alba, el experimentado ex ministro sintetiza su pensamiento acerca de la obra política, económica y social de la coalición republicano-socialista y  el mejor medio de reparar sus estragos: un esquema de crítica y un esbozo de programa de gobierno, clara visión del hombre de Estado a quien la especial estructura de la Cámara y el nuevo estilo han impedido actuar en el salón de sesiones con toda la eficacia que había derecho a esperar del gran parlamentario, del competente financiero y del avisado político...
—¿Encuentra usted acertado el rumbo del Gobierno?—preguntamos a D. Santiago.
—La labor más noble, la más trascendental para un hombre de Estado cuando se pone al frente de un naciente régimen político—nos contesta—es incorporarle la (mayor suma de elementos sociales que no hayan estado antes en ese régimen. Esta labor, realizada con éxito, es la que ha señalado la grandeza de algunas    personalidades históricas. El mismo Thiers, en Francia, la realizó maravillosamente. No cabe duda de que entonces, al advenir la tercera República, después del desastre del 70, el contingente republicano en Francia era escaso: contaba con personalidades eminentes, pero apenas tenía masas. Y esa fué la gran obra de Thiers y luego de Gambetta: vincular en la política republicana todo lo que política y económicamente significaba algo en la vida de Francia.
—¿Entonces, usted cree...?
--Que esto mismo, exactamente lo mismo, es lo que debía haberse hecho en España; pero en vez de acometer esa obra de clara visión de conjunto, de amplia base, el Gobierno Azaña se ha entretenido en una política minúscula, de limitada perspectiva, de pequeñas pasiones, y así resulta que hoy están en frente del Gobierno las cuatro q-uintas partes de los españoles, porque puede afirmarse que no hay un solo núcleo que no haya sido herido o agraviado, en sus ideas, en sus sentimientos o en sus intereses.
Por otra parte, hace tiempo, que vengo sosteniendo una tesis, no ciertamente original, pero sí dig,na de tenerse en cuenta en España, más que en ningún otro país, y es la de que no puede crearse una democracia sólida sino sobre un firme de grandes intereses. Eso es lo primero que debían haber procurado los hombres de la República: crear o atraer esos intereses e incorporarlos al régimen. Pues, lejos de ello, han hecho lo contrario: agredirlos, desdeñarlos y rechazados. De modo que la primera labor que se impone es la rectificación de ese gran error. Sólo así renacerá la fe en el porvenir ele la República y de nuestra nación
—A esto--interrumpo—podrían objetar los hombres de la coalición gobernante que ya se han preocupado de crear esos intereses entre sus correligionarios.
—Pues hasta en eso han estado desacertados—réplica vivamente el señor Alba—, porque lo que no puede hacerse dentro de una economía capitalista es implantar un sistema económico de tipo socialista. Y conste que no soy enemigo del socialismo. A mí no me asustan los mayores avances ideológicos de la Humanidad; ahora, lo que entiendo es que ese empeño requiere tiempo, que no puede adaptarse de pronto una economía socialista a un país que no la había tenido hasta ahora.
Y, naturalmente, si en una economía capitalista se implantan medidas de carácter socialista, ni el socialismo queda satisfecho ni el capital puede vivir, que es lo que ocurre aquí.
Los Jurados mixtos, por ejemplo, están adoptando verdaderas reformas legislativas que superan a la, normas sociales pactadas en Ginebra. Somos la nación del mundo que ha ratificado mayor número de estos convenios internacionales, algunos ele los cuales no lo han sirio en Inglaterra, en Alemania ni en la misma Francia. Pues nosotros los hemos ratificad, todos y, con ello, el Gobierno coloca el trabajo nacional en condiciones de inferioridad, porque, naturalmente, se están encareciendo los precios regulado-res por la repercusión del alza de los salarios.

En estos mismos días nos enteramos por la Prensa de que una industria tan importante en Francia como la del automóvil ha tenido que afrontar el grave problema de la disminución de los salarios. No lo ha hecho por codicia de los capitalistas, sino para poder re-bajar en condiciones de competencia el precio de sus coches. ¿Qué se diría en España, qué pagaría, si alguien aconsejase la disminución de salarios en cualquier orden de la industria? Aquí no sólo no disminuyen, sino que están subiendo de manera desenfrenada, de lo cual resulta que los primeros perjudica-dos son los obreros, porque a cada mejora desproporcionada que obtienen sigue el despido de centenares de trabajadores. De modo que se logra sólo el bien-e,star de unos cuantos a expensas de la miseria de to-dos los demás.
—¿...?
—Yo creo que se impone una política—es lo pri-mordial—que restablezca la confianza. Ya lo dhe en mi primera intervención en las Constituyentes. En todos los pueblos esto ha dado magníficos resultados, mucho mejores que todas las recetas de los econo-mistas. En España hay verdadera ansiedad porque eso ocurra. Lo desea en primer término una gran masa de capital en expectativa de colocación, que inmedia-tamente volverá al ca'Luce de la industria cuando se crea que ésta va a merecer siquiera el respeto del Po-der público.
Pero aún hay más, y es que, como hoy los nego-cios ofrecen tantos riesgos en casi todos los pue-blos--rne consta por mis relaciones financieras en
Paris y en Londres—, hay una gran masa de capi-tales extranjeros que apetece venir a España. Y co-mo el volumen de las operaciones españolas es rela-tivamente pequeño, la misma experiencia de lo acae-cido cuando se produjo el cambio de régimen nos en-seña que un contingente de 400 ó 500 millones de pesetas de dinero extranjero, que es una cifra hien penuefia (sobre todo si se cornpara con los 40.000 millones de francos inertes que hay en Francial., has-taria para imprimir un gran impulso a la economía española, sin esfuerzo del capital de la nación y con la certeza de que el dinero español se incorporail3 al extTanjero en este anhelo de reconstrucción.
Pero esto--repito—s6lo puede conseguirse con una paz absoluta y con afirmación rigurosa del prir-cipio de autoridad. Es asburdo suponer nue se pue-de lograr en un ambiente que cada ella nos trae un motivo de innuietucl o una dolorosa realidad.
--(=Y cuál c.ree usted que debe ser la caracterís-tica del nuevo Gobierno que pudiera realí7ar esn obra de pacificación y de reconstrucción?
--Me parece aue la prim!'.ra característica nue 11,,. de ofrecer el Gobierno nue pudiera constituirse con esa misi6n y para substituir al actual es la. canac.Wad de sus elementos componentes, Ha pasado ya la épo-ca de los Gobiernos de aficionados. Hay que lleyn, a cada hombre al sitio donde pueda rendir el mayor provecho, la mayor utilidad para la patria. Ya no se pueden substituir las resoluciones de Cobierno. que
son fruto del silencio y del estudio reposado y refle-xivo, por retóricas más o menos detonantes.
—¿Y cuál debería ser el programa financiero de ese Gobierno de capacidades?
—Creo que está todavía por hacer la mejor obra, acaso, de la República: el Presupuesto y los Aranceles. I,a República no sólo ha olvidado el princi-pio de austeridad que debió inspirar y vigorizar su obra, sino que—y esto puedo decirlo con la base de datos oficiales—ha aumentadto en más de 4.000 el contingente de funcionarios. Y no me parece exage. rada la cifra teniendo en cuenta los organismos que ha creado, siguiendo dócilmente los proyectos que cada arbitrista ha ido sometiendo a los respectivos ministros y sin advertir las consecuencias de ello.
La obra más dificil y (más dolorosa de ese nuevo Gobierno será poner orden en tal desbarajuste, pero es de indispensable realización. España no tiene capacidad contributiva bastante para soportar seme-jante presupuesto de gastos, y tampoco se puede re-comendar la nivelación mediante operaciones del Te-soro como los empréstitos de 500 millones ideados por el Sr. Carner. Esta es una ficción que no debe perdurar. Los presupuestos deben nivelarse con
recursos ordinarios, y como no se puede sostener la cifra de los gastos actuales, porque el-país no los so-porta, forzosamente habrán de cercenarse.
La obra de la reforma arancelaria es igualmente trascendental. España se rige todavía por el arancel del Sr. Cambó, que respondía a un momento y a unas circunstancias muy distintos de los actuales en el orden de la política exterior y aun en la interior. En aquélla, porque de entonces acá todos los pueblos pasan por una crisis intensa que no hay necesidad de demostrar, ya que diariamente la vemos reflejada en la información de los periódicos; y en el orden de la politica interior, porque—sin que yo pretenda con ello agraviar a la industria catalana-- creo que, dentro del régimen de autonomía política que allí se ha implantado, valdría la pena de discutir hasta qué punto debemos sacrificar la vida de todo el país a la de unas industrias verdaderamente artificiales, que sólo subsisten merced a la prima que pagamos todos los españoles y q-ue representa el en-carecimiento de los artículos de aquella procedencia.
En cambio, el mismo conflicto naranjero que es-tos días presenciamos demuestra que en España está totalmente abandonada la política de Tratados para la exportación de nuestros proáctos. Dentro de un régimen bien ordenado esta iniciativa es la que más debería preocupar a los gobernantes, no sólo porque representa un volumen de muchos millones de pesetas, sino por el considerable número de obreros a quienes afecta el problema.
—Una pregunta más para concluir: ¿Cree usted que en el programa de ese nuevo Gobierno hipotético debe incluirse la reforma constitucional, y acaso la del Estatuto catalán?
—Yo no soy partidario de una campaña de agi-tación para revisar la ley fundamental del Estado
Creo que hay que acabar cuanto antes el período constituyente en que vivimos desde el año 1923, cuan-do advino la Dictadura.
Tenemos que entrar en la normalidad y desistir unos y otros de nuestras peculiares convicciones para vivir en una órbita común donde cada cual renuncie en favor de los demás a una parte de sus propios ideales. Ya llegará el día en que pueda acometerse la refor-ma sin temor de perturbaciones. Hoy importa, ante todo, reconstituir la vida económica y elpiritual espa-ñola, pacificar a España.
Y por lo misario creo que no deben agravarse los problemas actuales con la pretensión de reformar el Estatuto catalán. Hay que asistir a su implantación con serena imparcialidad y con absoluta buena fe para que podamos apreciar hasta qué punto son capaces los catalanes de regirse por sí mismos y de consolidar esa autonomía que han pedido tan insistentemente durante tantos años.





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