El Momento de España - Gregorio Marañón

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El primer entrevistado de Enrique Mariné es el Doctor Marañón. Se deduce de la entrevista que ésta se debió de realizar sobre mayo-junio de 1933. Resalto algunos datos de la amplia biografía de Gregorio Marañón disponible en la Wikipedia:

1922: Viaja a Las Hurdes (Extremadura) acompañando a Alfonso XIII en su célebre viaje.

1924: Elegido presidente del Ateneo de Madrid.
1931: Tras la caída de la Dictadura, Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala firman un manifiesto con el título de "Agrupación al Servicio de la República", a la que luego se incorporaría Antonio Machado.
El 14 de abril se celebra en casa de Marañón la histórica reunión entre Niceto Alcalá Zamora y el Conde de Romanones donde se decidió la salida de Alfonso XIII al exilio y la proclamación de la República.
En junio es elegido diputado a las Cortes Constituyentes.
Protesta públicamente contra la quema de conventos.
    1933: Co-fundador el 11 de febrero de 1933 de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, creada en unos tiempos en que la derecha sostenía un tono condenatorio a los relatos sobre las conquistas y los problemas del socialismo en la URSS.
    1936: Elegido miembro de la Real Academia de la Historia. Comenzada la Guerra Civil y aterrado -al igual que sus antiguos compañeros de la Asociación al Servicio de la República, J. Ortega y Gasset y R. Pérez de Ayala- ante las matanzas que se suceden en el Madrid del Frente Popular, consiguió huir de Madrid a finales de 1936, bajo pretextos inventados y no sin graves dificultades. Pasó entonces a residir en Francia, desde donde hizo repetidas y graves acusaciones contra los sucesivos Gobiernos del Frente Popular, acusaciones que repitió de palabra y por escrito en el curso de varios viajes a Suramérica.
      1942: Obtiene el permiso para regresar a Madrid, donde establece su consulta privada.

      1944: Se reincorpora a su trabajo en el Hospital Provincial de Madrid (hoy Hospital General Universitario Gregorio Marañón).




      GREGORIO MARAÑÓN

      La República española es un fenó-
      meno inevitable en el proceso de la
      política. Hoy nadie sabe cuál es el
      estado de la opinión ante las futuras
      elecciones generales. El que más ame
      la paz de España será el Gobierne
      que deje opinar sin coacción a la
      opinión pública, como lo hicieron el úl-
      timo Gobierno de la Monarquía y el
      actual de Azaña.

      Acaba de cumplirse el segundo aniversario de la proclamación de la República. Sabido es que   en aquella fecha histórica el insigne doctor Marañón aceptó un difícil papel en el acto de la transmisión de poderes. En su presencia se extinguió un régimen y surgió el que todavía subsiste.
      Y al concebir la idea de este reportaje, publicado en momento de honda preocupación para todos los españoles, el informador ha creído, recordando los orígenes de la República española, que nadie tenía mejores títulos que D. Gregorio Marañón para encabezar la serie de impresiones que os ofrece.
      El sabio doctor ha acogido con simpatía la idea de esta colección, y sin que se advierta en sus palabras la menor reserva mental va contestando a mi interrogatorio. Era natural que yo inquiriese en primer término su parecer acerca de la obra realizada en estos dos primeros años de la República.

      —¿Cuáles son a su juicio los mayores aciertos de los gobernantes republicanos y cuáles sus desaciertos?
      —Mi punto de vista sobre la vida política de los pueblos se basa en un principio estoico, que en mí no tiene nada de aprendido, sino de sentimiento natural. Creo, como en la luz del sol, que las transformaciones de los pueblos son siempre fenómenos naturales, espontáneos, productos de la madurez de unas fuerzas y de la descomposición de otras, y que los hombres cumplimos en ellos un papel pasivo y, a lo sumo, regulador de los acontecimientos. Los personajes principales se llegan a creer autores de la realidad, y el público los aplaude o los denosta corno a tales, del mismo modo que el gran cómico se figura que es, en verdad, César o Yago, y el espectador le ensalza o le odia como si realmente lo fuese.
      Pero el responsable verdadero, el genio de la Historia, está entre bastidores sonriendo de la farsa.
      La República española es un fenómeno inevitable en el proceso de la política nacional. La Monarquía histórica terminó cuando cesé la actitud imperialista de España en los comienzos del siglo xix, al desvanecerse nuestro poderío colonial. Los reinados de Fernando VII y de Isabel II fueron, a pesar de su longitud, mera interinidad. Más interino aún fué el de Alfonso XII, impuesto por un simple accidente----el orden público--; y lo mismo la Regencia, que vió consumarse el fin de nuestra política colonial. Bajo Alfonso XIII se preparó lentamente, al compás de la transformación de las ideas sociales y económicas del mundo, el advenimiento de la actual revolución. Todo lo ocurrido en este reinado tiene ese sentido profundo: la paralización progresiva del sistema político, la aparición de la personalidad profética de Pablo Iglesias, plasmador del socialismo español; el movimiento intelectual, iniciado el 98--cripstica implacable y reación de un sentido cultural de la vida española--; el nacimiento y el auge callado, pero de hondísima eficacia espiritual, de la Institución Libre de Enseñanza; y, finalmente, el viraje súbito hacia la derecha del propio monarca al llegar a sus cuarentas años (la edad crítica de casi todos les Borbones). El 13 de septiembre de 1923, la propia Monarquía consumó su suicidio, a pesar de la advertencia de su hombre más significado y respetado, don Antonio Maura. La República era la consecuencia inmediata e inevitable de aquella Dictadura.
      De aquí el error de juzgar a los hombres que gobiernan a la República como si fueran artífices
      libres y responsables de la vida española: hacen lo que tienen que hacer, lo que el Destino les manda que hagan. Más necio es aún comparar lo que ocurre bajo la República con lo que pasaba antes y con lo que hipotéticamente podrá pasar después, que es como comparar la madurez con la juventud pasada o con la vejez futura.

      Los hombres actuales de la República son, ante todo, buenos e inteligentes. Algunos—por ejemplo, Azaña—dotados copiosamente de altas y raras virtudes políticas. Para convencerse de ello no hay más que imaginar que vuelvan a estar en la oposición frente a un Gobierno formado por sus enemigos de ahora.
      Su mayor acierto es la lealtad y el desinterés con que cumplen su misión histórica. El mayor acierto en la vida pública es siempre la conducta. España es tan otra de como hace dos años, que si lo antiguo volviera no podría cambiar sino detalles del presente. Así ha ocurrido siempre con las revoluciones. Los antirrevolucionarios se asustan de ellas y las vituperan. Pero cuando al fin les suena otra vez la hora de la dirección, viven, por muy conservadores que sean, de la substancia revolucionaria.
      ¿Y cuáles son sus desaciertos? Los desaciertos de los hombres públicos se juzgan con un criterio individual y, por lo tanto, tienen un simple valor de circunstancias: nunca se sabe si el tiempo los sancionará como tales errores o, como tantas veces ha ocurrido en la Historia, lo que a unos hombres nos parece error será acierto en el porvenir. A mí—pero yo no soy la Historia—me parecen mal algunas cosas que ha hecho, o que ha dejado de hacer, el Gobierno de la República. Mas estoy seguro de que a ellos mismos les parece también mal parte de su obra, que no es la que soñaron, sino la que la realidad les obligó a realizar. Esta es la miseria de todos los Gobiernos existentes, y más en tiempos agitados. El espectador no cuenta nunca con las circunstancias; habla en teoría pura, sobre todo el espectador español, habituado a gritar al torero: "¡Sinvergüenza, pásalo con la derecha, o con la izquierda, sin contar, naturalmente, desde su tendido, con el toro.
      De todos modos, para mí el error más difícil de disculpar, o de explicar, de este Gobierno es no haber acertado con el método preciso, exacto y eficaz—si es que lo hay—para mantener ese orden necesario para dar un tono firme á la revolución. No puede negarse que su voluntad es lograrlo; tanto, que a veces se ha excedido en su deseo. Pero esto sólo indica insuficiencia de técnica. Con un orden dentro de la libertad (acaso esto sea una descomunal utopía) España sería hoy un paraíso.

      —¿Cree usted—pregunto ahora—que hubiera convenido a la República otra orientación desde el primer momento y, en el supuesto de la conveniencia de esa orientación, que habría podido evitarse el acentuado matiz socialista de sus primeros Gobiernos?
      —Creo que el matiz 'socialista del Gobierno actual es inevitable, y me parece pueril el discutirlo. El partido socialista es la única fuerza organizada, fuerte y de sentido universal que hay en España. ¿Cómo no va a imponer su sello en la política? Mejor que lamentarlo hubiera sido crear a su lado, o frente a él, otros partidos antimarxistas fuertes.
      —¿Cree usted que se impone, no obstante, el cambio hacia la derecha? ¿Habría peligro en un cambio por la posible actitud de violencia de los obreros?
      —Yo creo que se acerca un cambio gradual hacia la derecha, y ocurrirá en cuanto la derecha adquiera un sentido flexible y moderno de que hasta ahora carecía. Y esto sólo sería bastante para justificar la revolución. No participo de los temores que algunos sienten respecto a que, llegado ese momento y que el partido socialista y los demás de extrema izquierda perturben la vida del país. Lucharán, como es natural, y desde luego con ahinco, y acaso entonces se haga a su actuación en el Poder la justicia que hoy se les regatea. Pero son, ante todo, partidos constructivos y colaborarán en la gestión de la nueva España, que no puede ser obra exclusiva de las izquierdas, sino también, y en gran medida, de las derechas,

      —Hablemos ahora de los desaciertos de las derechas.
      —Las derechas han tenido sin duda sus equivocaciones, pero las juzgo con el mismo criterio de profunda razón histórica que todo lo demás. Han tenido a España en sus manos todo el tiempo que han querido. Han dejado escapar el Poder, ¿cabe más desacierto? Pero ha sido el Destino el que les ha abierto las manos para que se les fuesen las riendas. Si pudiera señalárseles una falta directamente ligada a su contextura y, por lo tanto, revocable, sería la de creer demasiado en los fantasmas, lo cual encubre, en el fondo, su vanidad y su incapacidad de contrición. Ahora achacan lo que les ha ocurrido a los judíos, a los masones, a varias fuerzas secretas y misteriosas más ; son raros entre los hombres derechistas (y por ello doblemente dignos de consideración) los que proclaman que esos judíos y masones se llaman en realidad egoísmo, falta de caridad suficiente y verdadera, incomprensión, esnobismo, vanidad. Cosa extraña : los que mejor se dan cuenta de esto tan importante para el futuro de la actuación derechista en España son, entre los que yo conozco, algunos curas y religiosos.
      Calla el doctor Marañón, y yo aprovecho esa pausa para preguntarle:

      —¿Cuál podría ser el Gobierno futuro que garantizase la paz de los espíritus y el desenvolvimiento económico y cultural de España?
      —Ese hipotético Gobierno todavía no existe. España, por muchos años, y sea en buen hora, tiene que estar dividida en bandos, y sólo así se creará su conciencia política. Por lo tanto, sólo un Gobierno de ángeles podría contentar hoy a todos los españoles. Y, naturalmente, los ángeles, que no se cuidan de las cotizaciones de la Bolsa, no querrían encargarse del arreglo de esta situación, influida, ante todo, por conflictos de intereses materiales. Pero es notorio, creo yo, que un Gobierno de concentración republicana, moderadamente izquierdista, bajo la autoridad de un hombre enérgico, podría ser extraordinariamente útil a la España de ahora. ¡ Quién sabe ! Un día se reunieron, al acabar la guerra, los hombres mejor dotados de todo el universo para arreglar el mundo, e hicieron un tratado de paz tan malo, tan torpe, como lo hubieran concebido los porteros de sus casas respectivas (y hablo de mis amigos los porteros un médico es amigo de todos ellos—sin otro sentido ejemplar que el suponerlos legos en política). Y, a lo mejor, un cualquiera, salido de la nada, acierta con el camino verdadero.

      No nos preocupemos demasiado de los actores y confiemos en el AUTOR.

      — ¿Cuál es, a su parecer, el verdadero estado de la opinión ante las elecciones?
      — Nadie sabe cuál es el estado de la opinión española ante unas futuras elecciones. Desde luego, es evidente un auge de las derechas con relación a la Cámara actual. Pero es difícil colegir en qué medida. Romanones, que era el que más sabía de estos temas en el régimen antiguo, se equivocó el 12 de abril de 1931 de la mejor buena fe. Y ahora los peligros de error son aún mucho  mayores.
      De todos modos, la situación política de España necesita pronto pasar por ese trance. Esto sí  que contribuirá a la paz. Y el que más ame la paz de España será el Gobierno que deje opinar sin coacción a la opinión pública como lo hizo el último Gobierno de la Monarquía, y, recientemente, el que preside Azaña.
      La conversación se prolonga aún. No se cansa el reportero de escuchar la persuasiva palabra  del complaciente interlocutor, ni tampoco él insinúa el deseo de terminar sus confesiones.
      La última parte de ellas está dedicada a esboza sus juicios respecto al problema religioso, a la situarción económica y a la labor cultural.
      He aquí sintetizadas esas manifestaciones:
      —Yo tengo una idea optimista respecto a la cuestión religiosa. Creo que en España no hay espíritu antirreligioso, sino sólo reacción, un tanto chabacana y a veces brutal, contra manifestaciones indiscretas y, a veces, también chabacanas y brutales que las derecha  hicieron de su poderío. Pero todo se equilibrará. A los católicos les convenía una breve calle de la Amargura, harto breve en el fondo. De las normas de la Constitución, a mí, por mi actitud liberal, no me parece bien la disolución de los jesuitas y la supresión de la libertad de enseñanza. Lo demás era inevitable, y así lo reconocen los mismos católicos sensatos.
      El problema de la economía y el del campo no se arreglarán mientras el mundo no adquiera un nuevo equilibrio económico. Los ensueños de arreglar con una ley la obra ingente, aunque imperfecta, de la tradición, quedarán, en parte, en tales ensueños.
      Y, a su vez, los más partidarios del régimen capitalista tienen que reconocer que su  organización tenia modalidades monstruosas, que sólo se reformarán en el dolor, el yunque eterno en que se forja el progreso y la perfección humanos.

      Hay, pues, que esperar.
      Respecto al problema de la cultura, la República ha hecho en dos años una labor gigantesca, que sólo los que vivimos en los medios pedagógicos podemos apreciar. Los que vengan después sólo tendrán que seguir y perfeccionar d mismo camino.
      Y este acierto, para mí, resume a todos los demás,porque España en el porvenir será por encima de todo un centro de cultura, uno de los factores de la civilización futura. Yo estoy cierto de que lo será, y  de que así se hará respetable en el porvenir la mes moña de este presente que estamos viviendo, unos con tanto susto y otros con tanta ilusión.
      Y terminada mi misión de diputado, aquí termina también, y espero que por muchos años, mi derecho a hablar de cosas concretas de política ; o mi deber de contestarlas cuando me las preguntan.



      El Momento de España (pág. 9)
      El Momento de España (pág. 10)
      El Momento de España (pág. 11)
      El Momento de España (pág. 12)
      El Momento de España (pág. 13)
      El Momento de España (pág. 14)

      El Momento de España (pág. 15)
      El Momento de España (pág. 16)
      El Momento de España (pág. 17)
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