El Momento de España - ANTONIO GOICOECHEA
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Nació en Barcelona el 21 de enero de 1876. Siendo niño emigró con sus padres a Cuba, donde estudió bachillerato. Regresó a España para seguir la carrera de Derecho. En 1899 ingresó por oposición en el Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. Político maurista, ministro de la Gobernación en 1919, colaboró con la Dictadura del general Primo de Rivera. Fundador de Renovación Española, en 1932 intervino en la conspiración contra la República que encabezó el general Sanjurjo. Diputado por Cuenca en las Cortes de 1933. Con el general Barrera y los carlistas Olazábal y Lizarza, visitó en Roma a Mussolini el 31 de marzo de 1934, a quien pidieron ayuda para derrocar a la República y restaurar la Monarquía. Al estallar la guerra se instaló en Burgos, y el 25 de julio de 1936, por encargo del general Mola, en compañía de Pedro Sainz Rodríguez visitó al conde Ciano en Roma, para gestionar el envío de armamento. En 1937 disolvió la Renovación Española en el seno del Partido Único y se encargó de la reorganización del sistema bancario de la zona nacional. Tras la guerra fue gobernador del Banco de España, decano del Colegio de Abogados de Madrid y presidente de los Bancos Hipotecario, Exterior y de Crédito Industrial. Falleció en Madrid el 11 de febrero de 1953. (Fuente) |
ANTONIO GOICOECHEA España acabará por ser un país sin República, si persiste en querer ser una República sin país. Recojo en las páginas que siguen la opinión del político que con más derecho puede ufanarse de representar a las clases conservadoras. En D. Antonio Goicoechea, jefe de Renovación Española, se dan, unidos a su indudable consecuencia, un gran desinterés y una rara sinceridad. —¿Cómo ve usted la situación actual?—he preguntado al elocuente orador. —Después de dos años de régimen republicano, la situación de España es tal, que no puede nadie hacerse ilusiones respecto a la posibilidad de que se continúe actuando en la misma forma y con idénticos procedimientos que hasta aquí. El dilema es claro y no permite opción: o de una vez acaba la desdichada política que hoy rige, o la que acaba es Esñaña. Advierta usted cómo, a pesar de la diferente posición que ambos ocupamos en la política, el dilema que enuncio es menos excluyente que el formulado por el Sr. Lerroux. "España acabará por ser un país sin República, si persiste en querer ser una República sin país." En mis labios, afirmación tan grave parecería apasionada; en labios del Sr. Lerroux, es una confesión sincera y de valor inestimable. —¿Cree usted, sin embargo, en un cambio de frente por parte de los dirigentes del Gobierno? —No, he sido en ningún momento, ni siquiera en el desgraciadamente bien rápido que siguió a la votación del 12 de abril, optimista respecto al régimen republicano y a su posible porvenir. Nunca me imaginé, como el Conde de Romamones, más crédulo que perspicaz en este caso, que pudiera advenir y consolidarse una República derechista o de tendencias moderadas y razonables. Siempre pensé que sobraba la razón a Luis Veuillot cuando, en 1870, aseguraba en Francia que una República conservadora sería una República sin republicanos". La verdad es que en España "no los hay'', o representan cantidad tan mínima, que no vale la pena de ser tomada en cuen-ta. La República fué traída en abril de 1931 por un conglomerado en el que figuraban, con los despechados de la monarquía y los enemigos personales del rey, separatistas, socialistas, sindicalistas, comunistas y todo género de extremistas. Todo, menos republicanos, porque no los había, y sigue no habiéndolos. No lo aprecio, como un bien, sino como un mal; pero la realidad es ésa. Hoy, el predominio socialista se asienta principalmente sobre esa base: que no hay enfrente de él, dentro del régimen, realidad política alguna que pueda servirle de contrapeso. Cuando el Sr. Cordero, en discurso reciente, hablaba de que "pase lo que pase en España, y pase lo que pase en el mundo'', serán los socialistas los que impriman dirección a la política española, expresaba una realidad innegable. Por ley histórica fatal, la República española será socialista o no será, —La salida del Poder de los tres ministros so-cialistas puede no llegar a revestir la importancia que muchos le atribuyen. Desgraciadamente, ese hecho, lejos de representar un cambio de rumbo, sólo puede representar un cambio de postura. El influjo socialista, amparado, más que por sus masas, por el temor que ellas inspiran a dirigentes sin aptitudes para el gobierno, sin política definida y sin conciencia clara de su responsabilidad, seguirá vigoroso y potente, mientras continúen en el Gobierno los hombres mismos que en las vísperas del 14 de abril se dejaron avasallar por el socialismo y aceptaron su dirección y hasta la de los comunistas, a fin de lograr apoderarse del mando. —¿Y eso significa que vamos inevitablemente al marxismo? —No cabe duda de que ese carácter, inevitablemente socialista o socializante de la República, plantea para España un problema gravísimo: un problema de ser o no ser. Si España no acaba con el mar-xismo, será el marxismo el que acabe con España. —Lo acontecido antes del 14 de abril sirve en gran parte de explicación para todo lo ocurrido después. Prescindo ahora del examen de toda la parte difamatoria de la propaganda hecha contra la monarquía y el rey. En ese punto es todavía, no ya difícil, sino legalmente imposible, la controversia. A pesar de ello, bien puede mostrarse a los ojos estupefactos del español de hoy algún ejemplo de lo que aquellas propagandas representaron. En el manifiesto suscrito por todos los miembros del Comité revolucionario el 15 de diciembre de 1930 se decía, verbigracia, que era necesario expulsar a un rey "que había convertido su cetro en vara de medir y se cotizaba en acciones liberadas". ¿Se ha cuidado alguien, des-pués del triunfo, de probar que tales afirmaciones eran ciertas? Con todos los registros, oficinas y datos a su disposición, el Gobierno republicano no ha podido probar que acusaciones tan graves, dañosas para la honra de un 'español, eran verdaderas o se aproxima-ban siquiera a la verdad. Y es inevitable que la calumnia deshonre a alguien: cuando no deshonra al calumniado, a quien deshonra es al calumniador. —De los pactos secretos con separatistas y sindicalistas, ¿para qué hablar? Está en la conciencia de todos que se hkieron, y en ellos hay que buscar el origen mediato y remoto de la catástrofe que para España representa el Estatuto catalán y de la inquie-tud social, que ha culminado en sucesos como los de Castilblanco, Figols y Casas Viejas. Recomiendo a quien quiera enterarse de este asunto la lectura de las actas del Congreso sindicalista celebrado en Madrid. en junio de 1931. Por ellas se viene en conocimien-to de que el Comité revolucionario mantuvo--por medio de D. Miguel Maura, al adalid de la derecha republicana conservadora—negociaciones con los sindicalistas; que si éstos no tuvieron representación en el Gobierno provisional fué sencillamente porque no la aceptaron, y que el acuerdo con los sindicalistw para hacer la revolución fué completo. Todo esto se hacía precisamente en los mismos días en que el se-ñor Alcalá Zamora prometía en Valencia a las ma-sas ingenuas que le siguieron el 12 de abril una República c,onservadora, con obispos en el Senado y co-locada bajo la protección de San Vicente Ferrer.., ¿Para qué comentar todo esto? —Pero todo lo que me ha dicho usted—arguyo—a propósito del empuje del socialismo y de la falta de opinión republicana que lo contrasta está desvir-tuado por las elecciones del 23 de abril de este año. —Las elecciones del 23 de este mes constituyen un plebiscito abrumador por el número y por la calidad contra un régimen que, según frase expresiva del se-ñor Azaña, "es así y no podrá ser de otra mane-ra". A cualquiera que examine con serenidad los da-tos del resultado de esas elecciones, asombrará el he-cho de que en ellas apenas hayan figurado candida-tos monárquicos. Siete siglos de monarquía en Espa-ña, ¿no han dejado tras sí, se preguntará la gente, la menor huella? La explicación del hecho es un se-creto a voces, no ignorado hoy por nadie. Esas elecciones y todas las que se celebren bajo la vigencia rila ley de Defensa de la República han sido y serán elecciones con disfraz. Los monárquicos españoles se llaman agrarios o derechistas, o independientes o in-definidos, porque la ley y los que con espíritu perse-cutorio y sectario la aplican, no les permiten llamarse de otro modo. En los mítines y reuniones públicas a que frecuentemente asisto no hay nada que despierte tanto entusiasmo y ovaciones tan prolongadas y fre-néticas como las invocaciones a la monarquía y a la bandera que se ha convertido en su símbolo... La opinión monárquica, latente, aunque no militante, es-tá cada vez más extendida y es más poderosa. A despertarla y avivarla dedicaré todos mis esfuerzos... |
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