El Momento de España -Julián Besteiro

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Julian Besteiro era catedrático de lógica de la Universidad de Madrid y fue el sucesor de Pablo Iglesias a su muerte. Fue elegido Presidente del Congreso de los Diputados de las Cortes Constituyentes que deliberaron el texto Constitucional. Dentro del partido tuvo dos grandes competidores: Largo Caballero y Indalecio Prieto, y sus diferencias políticas y personales fueron harto conocidas en la época.

En el momento de la entrevista, 1933, sigue siendo presidente de las Cortes.

JULIÁN BESTEIRO
El partido socialista no debe asumir las 
responsabilidades fundamentales del Gobierno,
sino condicionar con su fuerza indiscutible
la política de los partidos burgueses.
Las actuales Cortes no podrían considerarse fracasadas si las circunstancias obligaran a disolverlas.
Si consideramos la situación—dice el Sr. Besteiro desde el punto de vista general de la política española, se advertirá que estamos en un momento que se caracteriza por la tendencia a la definición de los grupos republicanos.
Claro está—añade el ilustre catedrático—, que este trabajo de organización política del _ régimen no puede operarse sin pasar por trances comprometidos, pero cualesquiera que sean las dificultades que ello entrañe, este período es, a mi modo de ver, necesario y conveniente. Es preferible, además, que se realice dentro de estas Cortes para que, cuando llegue el momento de las elecciones generales, la opinión pueda ser encauzada por distintos rumbos que representen las diversas aspiraciones políticas dentro de la República.
Esta es una labor a la cual asistirá, o deberá asistir, más bien como testigo que como actor el Partido Socialista, al cual, a menos que los acontecimientos obligaran a torcer esta trayectoria, no le está reservado en la República el papel de asumir las responsabilidades fundamentales de Gobierno, sino mas bien el de condicionar con su fuerza indiscutible la política de los partidos burgueses republicanos.
Yo entiendo que el Partido Socialista ha de tener una influencia política creciente, pero le interesa en primer término hacer una obra de penetración, sobre todo en los organismos que se vayan creando para satisfacer las necesidades de las nuevas organizaciones, políticas que precisa España como todos los países del mundo.
Estos son los organismos del porvenir, porque presentan actividades nuevas. En ellos se irá dibujando el esquema del futuro Estado, que cada vez ha de estar más influído por las ideas y las tendencias socialistas.
--Mi ideal, pues, sería que, pasado este período, los socialistas no formasen parte del Gobierno, pero sí que se fundieran en la vida política de todos los Gobiernos. No concibo que ningún partido republicano y, por tanto, fundamentalmente democrático, pueda sustraerse a esta influencia del socialismo. Pocirl adaptarse de un modo o de otro, pero la impregnación de ideas y de tendencias socialistas es un fenómeno universal que se manifiesta en la política de todos los países y que no puede menos de dejarse sentir en España.
—¿...?
—Este modo de acción política del socialismo es el que, a mi parecer, corresponde más fielmente a la interpretación democrática de la doctrina socialista propiamente dicha, o sea de la denominada II Internacional, que caracteriza al Partido Socialista obrero español, porque es más de acción, porque es la que asegura la transformación del Estado operada de arriba abajo con el mayor predominio posible de las masas y no como un mero producto de la inteligencia, del valor o de la clarividencia de sus elementos directivos.
—¿...?
—Si yo lograse ver la política española conducida en este sentido y, por consiguiente, con una percepción clara por parte de los elementos burgueses de la necesidad de acoger las nuevas ideas que el socialismo representa ; si yo alcanzase a ver formarse en el Partido Socialista una conciencia cada vez más diáfana de que aquélla es fundamentalmente su misión, creo que podría darme por satisfecho, porque entonces la República española se encaminaría por sendas de progreso y, al mismo tiempo, de paz, máximo bienestar a que puede aspirarse en estos tiempos de lucha universal.
Sonríe el Sr. Besteiro, satisfecho, al parecer, porque ha logrado definir su pensamiento ante el curioso e indiscreto reportero (para un político, los periodistas somos siempre indiscretos), sin escuchar la menor objeción a la posibilidad de que su magnífico programa se realice.
Pero el lector deducirá por la lectura de los capítulos precedentes que, en general, los representantes de los partidos llamados burgueses no está demasiado propicios a facilitar la impregnación socialista, y que los partidos obreros discrepantes de la U. G. T. no aparecen muy contentos con los resultados de la interpretación marxista de los jefes del socialismo español.
El reportero, deseoso de concretar se cree, pues, autorizado por sus lectores para dirigir al leader socialista y actual presidente de la Cámara las siguientes preguntas:
—¿No cree usted que para calmar la inquietud de la burguesía, que ve cada día más peligro en los avances demasiado rápidos del socialismo, y al mismo tiempo para consolidar las conquistas logradas por su partido en esta primera etapa de ejercicio del Poder, convendría al socialismo que sus ministros dejaran el paso franco a un gobierno netamente republicano?
—En este punto repite el Sr. Besteiro--ya he definido varias veces mi opinión. Inicialmente, entendía yo que los socialistas no debían formar parte del Gobierno; pero, circunstancialmente, dada la distribución de fuerzas políticas de esta Cámara y los compromisos contraídos, debo abstenerme de señalar cuál es el momento propicio para cambiar de táctica.
Como miembro de la minoría socialista, acato las decisiones del Partido; creo que es él y no yo quien debe señalar la oportunidad del cambio de táctica y fijar su fecha.
Aquí el reportero aventura otra pregunta, pero el Presidente elude la réplica. Quiero saber si ante el resultado de las elecciones municipales que acaban de celebrarse no considera el Sr. Besteiro que convendría más a su partido dirigir desde fuera del Gobierno la propaganda electoral para las generales.
—Porque—continúa el reportero, que aspira a llenar todavía otra página con el texto de esta conversación—, ¿no le parece a usted, señor Presidente, que estas Cortes han terminado ya su misión, o, dicho de otro modo, las consideraría usted fracasadas si las contingencias políticas exigieran su disolución inmediata?
El profesor de Lógica fundamental calla un instante, pero encuentra pronto una respuesta hábil para satisfacer en parte al interlocutor, con la promesa de que ésta será la última pregunta:
—Como Presidente de la Cámara, mi posición es ésta : sería un ejemplo admirable que estas Constituyentes prolongasen su vida hasta dar cima a todas las leyes complementarias de la Constitución. La frecuencia con que se renovaban los Parlamentos en el antiguo régimen era uno de los grandes males de la política nacional.
Ahora bien: en realidad, estas Cortes han aprovechado muy bien el tiempo, han trabajado intensamente, han realizado una labor seria y eficaz. Así, pues, no creo que se pudieran considerar fracasadas si tuviesen que terminar su vida. La magnitud y la importancia de su obra legislativa justifica su existencia...
Y el Presidente, temeroso de haber dicho demasiado, se apresura a concluir la frase:
—Sin embargo, yo no he de señalar ningún plazo para su disolución.
El Momento de España (pág. 43)
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