El Momento de España - JOSÉ MARÍA GIL ROBLES

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Jose María Gil-Robles era el Jefe de la Oposición antirepublicana en 1933, de discurso incendiario (1 y 2) y contrario a las instituciones republicanas, supo unir a todos los sectores de derechas para formar la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y así, sacar más provecho de las particularidades de la Ley Electoral que penalizaba a los partidos pequeños. Poco después de esta entrevista,  obtuvo la victoria en las elecciones de noviembre de 1933. Ganó con una escasa mayoría (115 escaños de 450), estando obligado a pactar con el Partido Radical (A. Lerroux) para formar gobierno, pero su oposición a las instituciones republicanas, hizo que no hubiera ministros de la CEDA en el Gobierno de Lerroux hasta octubre de 1934, provocando la desconfianza de los Sectores de Izquierda.

Resulta curioso que una vez terminada la Guerra Civil, fue interlocutor junto con Indalecio Prieto en el Pacto de San Juan de Luz entre monarquicos y socialistas, que intentaba la involucar de las naciones occidentales para la vuelta de la democracia y a través de un plebiscito, la vuelta de la Monarquía a España. En la transición, fundó un partido democristiano (1977) que no obtuvo representación.

Fuente:Wikipedia
 

 


JOSÉ MARIA GIL ROBLES
Toda obra de secta, de visión circunscrita,
está condenada a ser breve e infecunda;
pero si las clases que deben ser racionalmente
conservadoras se hacen dignas del momento
político y social. no hay que esperar sino
el feliz arribo a una vida mejor.

El Sr. Gil Robles es esencialmente dinámico. No podía yo pretender que sujetara sus nervios para conversar conmigo más de cinco minutos; pero estaba seguro de que bastaría el lapso que mide un reloj de arena para recoger su pensamiento, de otra parte, sobradamente conocido, acerca de la situación actual y sus derivaciones...
¿he de insistir en que este no es un libro de elogios personales, sino de exposición escueta de opiniones desde todos los puntos de vista ? Ni el Sr. Gil Robles necesita que se subraye su personalidad relevante ni se destaque su labor de propagandista, sus dotes de organizador y su actividad en el Parlamento.
Le expongo el objeto de mi visita, y sin titubear me contesta, mientras anoto rápidamente sus palabras precisas:

—Todas las objeciones que cabe hacer a la obra del Gobierno que actualmente rige a nuestro país pueden sintetizarse en la condenación de su espíritu sectario. Es la suya una obra de secta, de visión circunscrita, llena de prejuicios. En todos sus actos se advierte. Esto es lo que la condena a ser breve e infecunda.
--Pero es preciso que concrete usted esos prejuicios—interrumpo.
—Citaremos como ejemplos la política antirreligiosa, la ley de Términos municipales, los Jurados Mixtos, la ausencia de prestancia en la política exterior, la Reforma Agraria. Su oposición a los intereses generales se debe a que en cada una de esas directrices se sirve exclusivamente a un interés particular. Y es claro que lo que en primer término importa reparar es precisamente ese espíritu. Substituir la política de secta por una política generosa, que es su contradicción ; subordinar los intereses particulares a los generales del país; gobernar, en suma, con toda la responsabilidad y la amplia visión que un gobernante está obligado a tener.
—¿Cómo lograr entonces ese resultado?
—Para lograrlo hay que trabajar. Mi consigna es ya conocida. Trabajar dentro de la ley, aunque la lucha se dirija a la derogación de la ley injusta y que toda la legislación sectaria. Comprendo que algunos no compartan esta opinión. Son, en general, los que regatean su cooperación y su esfuerzo a diario.
Y el Sr. Gil Robles, con un ligero gesto de amargura, prosigue:
—La lucha legal supone una batalla en cada día. Hay quien por dejadez, por temperamento, prefiere jugarlo todo a una sola carta. Bien se ve que son dos caminos distintos. Pero, aparte de otras muchas razones que yo podría aducir, creo que la realidad abona el que yo preconizo.
Por último, como previsión del porvenir inmediato, el jefe de Acción Popular me dice:
—Yo no soy pesimista. Sólo temo el abandono de los deberes en nuestro propio campo. Si las clases que deben ser racionalmente conservadoras se hacen dignas del momento político y social, no hay que esperar sino el feliz arribo de una vida mejor.


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